Marruecos 2018, nieve y lluvia, barro y arena y un esguince de cilindro.
Parece que fue hace meses cuando Javier bajo en una mañana de aire templado al garaje. Era la mañana del día 22 de octubre de 2018, las 6:38 am en mi reloj, pusimos rumbo al trabajo y me pareció algo anodino, insulso, pero salir de la monotonía es siempre agradable. En mi interior pensaba en viajes, aventuras y avatares, mientras las luces de la ciudad acunaban la oscura noche en la madrugada de la gran urbe de asfalto.
Serian las 9:00 cuando después de estar aparcada en una acera, Javier tomo las riendas, contacto y en marcha. Con seguridad que el camino era el taller de los amigos de Rolen. Llegamos en breve tiempo, tan breve que no tuvimos placer en el viaje.
Pasadas las 16:07 pm, Javier vino a buscarme, tenia la cara iluminada por una enorme sonrisa, me pareció que era la misma sonrisa que tenia yo, ruedas de tacos, limpia, revisada… aventura a la vista y emoción incontrolada en mi electrónica. Directos al garaje y de excitación permanecí toda la noche en un eterno duermevela. Así pasarían tres infinitos días.
Es tan vivo el recuerdo de aquel viernes 26 de octubre, que puedo decir que exactamente a las 12:56 Javier apareció en el garaje con el baúl y dos bolsas de hule, me desencadeno de las columnas del garaje y tras acomodar el equipaje, se subió, liviano, en mi sillín y busco el hueco, señal de que la tirada seria larga.
Partimos en dirección sur, Andalucía. Mientras avanzamos a buen ritmo, Javier se acerco al deposito y en un susurro emocionado:
– Blanquita, otro Espíritu GS en Marruecos, la aventura de sentir nos espera.
Iban cayendo kilómetros y también los acompañaba el sol en su ocaso, Valdepeñas, Almuradiel, Despeñaperros, La Carolina, Jaén y enfilamos a Granada, cuando salimos de la autovía para hacer un alto en el camino, un “gin gasolina” para mi, como dice Javier y un refresco para el.
Atravesamos Granada y dirección Motril. Fue una tarde templada, agradable. Llegamos al hotel del evento y el reencuentro con viejos conocidos, si tengo que decir que eche en falta a “blanca” mi amiga, la moto de Silvia.
Iban llegando moteros y la ilusión en los rostros de las maquinas y de sus riders, hizo que el día fuera un poco más largo que de habitual. La noche al fin se hizo con su eterna batalla al sol y quedamos solas en el parquing, soñando con llanuras y montañas, las estrellas parecían señalar los caminos de nuestros electrónicos anhelos.
Día 27 de octubre de 2018. Motril salado y Alhucemas dorado.
Antes del alba, con la ciudad dormida y algunos transeúntes débilmente iluminados, marchamos en rumbo al puerto de Motril. Nunca es demasiado temprano para empezar un viaje y hoy no es menos, rodamos al abrigo de un manto de estrellas marchitas por las luces de las farolas que nos iluminan en nuestro serpentino camino.
Aún de noche llegamos, después del papeleo rápido del embarque, ante la enorme mole de acero que nos trasladaría hacia Marruecos. Excitados, esperábamos las ordenes de los estibadores, para ir entrando en un chorreo incesante de motos y coches a la enrome barriga del monstruo de hierro.
– Blanquita, este es el barco que el año pasado zarpo dejándonos en el puerto de Nador, con un palmo de amarras en las narices.
Cuando Javier me dijo estas palabras, tuve ganas de acelerar, de subir deprisa al estomago de aquella mole, evitando quedarnos en tierra, Javier, por contra, tranquilo, sujetaba mis riendas y no daba más gas del estrictamente necesario, parecía querer regodearse de este momento, como haciendo señas al navío de que al fin lo habíamos tomado. Faltó una bandera como indicación de que ya no nos dejaría atrás.
Con menos acierto que destreza el estibador me amarro al barco, Javier le hizo un comentario y cambió el enganche del estribo al chasis, así estaría mas segura. Cogió la bolsa y desapareció entre las puertas de los compartimentos que se cierran en la enorme bodega, manteniendo separados diferentes partes de la misma. Me sentí tranquila esta vez, ya habíamos pasado por esto otras veces y decidí darme un descanso, puse mi electrónica en mínimos y solo de vez en cuando, cuando ya estábamos al alta mar, fui consciente de los vaivenes del barco en su transito cruzando las olas.
Pasado el medio día, después de una tranquila travesía, fueron apareciendo personas en la bodega del enorme mastodonte férreo, la expectación en sus rostros y las ganas de desembarcar movían sus pies de forma azarosa en pos de la enorme garganta que estaba presta a abrirse. Aparecieron los riders y entre ellos Javier. Con calma y cierta parsimonia coloco las bolsas y soltó las ligaduras que aún me ataban a la mole.
– Hemos llegado a Alhucemas, un corto paseo y estaremos en el hotel para descansar. Mañana nos metemos en faena, espero que el tiempo nos acompañe, ahora disfrutaremos de la cálida tarde con un dorado sol que en breve dará paso a nuestra primera noche marroquí. Salimos del barco y nos esperaban momentos de papeles, firmas, y demás tramites que esta vez, por contra de el año anterior me parecieron mucho mas livianos y rápidos. Después me comentaría Javier que parte de los tramites se habían realizado en el barco, esto permitió que el paso de la frontera fuera mucho más ameno, por lo menos para todas nosotras, gracias riders.
En una esperanza de moteros serpenteantes surcamos las calles de Alhucemas y desde las alturas fuimos pasando del mar a la montaña casi sin darnos cuenta. En el mar, un peñón, una solitaria roca cubierta de construcciones humanas, parecía ser el único faro de día y de noche de la costa de la urbe que estábamos surcando. Semáforos y calles con luces doradas de sol marchito en la tarde de Marruecos.
En una procesión de maquinas y humanos de luces titilantes y de broncos ecos de nuestros motores en las calles, fuimos llegando al hotel, con un merecido descanso, mas por el nerviosismo que supone el paso de Europa a África que por el cansancio de la jornada.
Día 28 de octubre de 2018. Alhucemas mojado y Meknes húmedo.
Amanece un día gris, la lluvia lleva bastantes horas cayendo en la madrugada, regando con parsimonia el campo que nos rodea. Amanecido y el sol oculto tras las grises nubes, no se atreve a salir por no mojarse.
Aparecen los riders, muchos de chillones colores con los trajes de agua enfundados. Con ellos Javier, con un traje amarillo, una sonrisa aparece en mis plásticos, parece una banana, pero es un secreto que mantengo, espero que nunca se entere de estos pensamientos que tanto me hacen reír. La verdad es que creo que el mismo se reiría de mi ocurrencia.
Solo el baúl, las bolsas, en el transporte de la organización. Que buena gente, que magníficos amigos de todos y de todo. Siempre pendiente de nosotras y de ellos. Siempre con una sonrisa, siempre atentos… es difícil sentirse tan atendido… tan mimado, si pudiera gritaría gracias y en cierto modo cuando paso al lado de cada uno de ellos intento que mis explosiones sean mas broncas, mas sentidas, más profundas, para dar un eterno y merecido GRACIAS.
Partimos del hotel, con la misma lluvia persistente que despertó la mañana, tomamos en la segunda rotonda dirección Tetuán, Javier se me acerca al deposito y con palabras trémulas de emoción me susurra:
– Blanquita… ¿y si nos dirigimos directos a Tetuán?. Me gustaría ver la casa en la que nacieron mis padres, en la que nació mi hermano y en la que tantas veces he soñado sin conocerla, creo que seria una emocionante visita, desde que mis padres salieron de este magnifico país.
La voz quebrada, dejó de sonar durante mucho rato y noté como sus ojos se contagiaban de la humedad del ambiente en cada desvío en el que se veía Tetuán como destino. Fueron unos ratos de sueños, recuerdos y sensaciones. Poco a poco fuimos enfilando hacia nuestro destino, seguíamos avanzando entre húmedos valles y mojadas montañas, entre laderas de monte bajo y abruptos cortados de tierras rojizas.
Lentamente vamos ascendiendo en las heridas asfaltadas de las montañas que tenemos delante. La lluvia sigue acompañándonos de forma persistente, de tarde en tarde un fino rocío nos inunda. El agua atraviesa la carretera de lado a lado, dejando manchas de barro liquido en su paso, en los baches se refleja el gris plomo de las nubes que cubren el cielo. Vamos con buen agarre, a pesar de la lluvia, y Javier se reconcentra en la conducción, sigue detenidamente las indicaciones tanto del roadbook como del navegador, según me comenta Javier hemos decidido ir directos al hotel, pero intentando seguir todo lo posible la ruta del día.
Dejamos a nuestra izquierda el desvío de la N2 que nos llevaría a Ketama, e iniciamos un suave descenso entre laderas de monte bajo siguiendo la N8 en Targuist, carrascas, lentiscos y acebuches entre romeros y tomillos, dan paso a hileras de arboles frutales, granados, manzanos y prunos que por carecer de vestigios de fruta no son distinguibles. Se alternan con manchas de monte apretado y ceñido, de enormes cedros, pinos y enebros, también arboles caducos que empiezan a amarillear sobre el verde fondo que los rodea, las tierras de labor en las planicies de las cuencas de los arroyos parecen marchitas, cepas, rastrojos y barbechos, de fondo ocre o rojas.
Volvemos a comenzar un ascenso que nos llevara las cotas más altas del Rif en nuestro camino de hoy. La lluvia nos persigue insistente, como queriendo inundarnos y contagiarnos de su humedad, la temperatura empieza a descender según subimos en altura y las finas gotas de luvia se endurecen y cristalizan. Empiezan a caer trozos de blancas nubes, que se desmigan por el frio y las alturas van cubriéndose de una blanco inmaculado. Mi electrónica en modo rain hace todo mas suave, Javier se tensiona, se afana por ver entre los copos que se depositan en el casco, cada poco tiempo se quita, con la mano, las pegajosas esponjas blancas de las nubes caídas, que se acumulan en la visera, sin bajar la guardia y entre curvas y cuestas, pasamos el punto más alto 1627 metros y seguimos atravesando esta rica zona de Marruecos, ahora con monótono blanco en sus laderas y un cielo de gris acero en sus alturas.
Pasamos varios puertos, Álvaro y Javier, enfundados en los trajes de agua y con los puños calefactados al máximo, continúan la marcha, como queriendo salir lo antes posible de este mar blanco que nos rodea. Un alto en el camino para hacer unas fotos, recuerdo de los blancos cerros de este Rif. Nos reunimos con Nicasio, Rodrigo, José Manuel y otros moteros y comenzamos el descenso, lentamente, hacia las llanuras fértiles de las mesetas centrales de Marruecos.
La nieve empieza a trasformarse en agua y es momento de descanso para los riders, paramos en la puerta de un bar y Javier, Álvaro, Nicasio, Rodrigo, José Manuel, etc. entran a calentarse y buscando refugio. Bebidas calientes y un hornillo que ha prestado el barbero del poblado, afables y serviciales las gentes de este lugar, que ayudan, prestan o comparten lo poco que tienen. Poco a poco el bar se convierte en un punto de encuentro y el calor del infiernillo da paso al calor humano. Javier sale entre cristales borrosos de la condensación de la humedad y se me acerca:
– Blanquita, te quito la nieve para que no te enfríes más, acabo de tomarme el mejor café de mi vida y me siento reconfortado.
Unos chiquillos de arremolinan a nuestro alrededor y Javier coge todos los caramelos que lleva y los reparte entre ellos.
Con temperaturas aun bajas y aguanieve en el ambiente, partimos del café y seguimos nuestro camino. El descenso hacia las llanuras de Meknes es rápido y pronunciado, en los laterales los abruptos taludes y en la distancia los llanos de tierras fértiles que surcamos a buen ritmo. Parece que las nubes nos dan un poco de tregua y empiezan a parecer grandes claros y a través de ellos el azul de un cielo agradable nos quiere dar la bienvenida a estas llanuras de Fez, ahora formamos un grupo de cuatro amigos y parece que la compañía nos hace ir más tranquilos.
– Blanquita, vamos a ir directamente en dirección al hotel, así que he programado el navegador del móvil para seguir la N8 hasta las postrimeras de Fez y allí tomaremos la autopista que nos llevará a Meknes. Ya está bien de frio por hoy.
Dicho y hecho, pasado el desvío de Tissa, a unos kilómetros dejamos el cruce del roadbook de la carretera R506 a la derecha, para continuar la N8. Al fin, en un mar de cruces, llegaremos a la A2 por la que terminaremos nuestro blanco y húmedo periplo de este día. Llegamos al hotel Dalia Meknes, avanzada la tarde marroquí y con el cielo azul en nuestras cabezas con algunas nubes merodeándonos.
Día 29 de octubre de 2018. Meknes azulado y Midelt nevado.
Amanece otro día más. Desde el sótano del hotel donde nos encontramos no se aprecia mas que una claridad mortecina. Los riders van llegando a sus monturas y Javier también aparece con la bolsa en mano. Arrancamos y subimos la escarpada rampa de salida del improvisado garaje, para encontrarnos con una luminosa mañana, fresca, limpia y ataviada de nubes dispersas.
Partimos después de unas deliberaciones entre Álvaro, Nicasio Rodrigo y Javier, salimos por el arco hinchable del evento y comienza otro día de carreteras y sorpresas. Entre tierras de labor y manchas de monte bajo, salimos del área de influencia de Meknes y enfilamos en dirección sureste. Vamos paralelos al gran macizo de las montañas de Atlas, surcando valles y suaves colinas. Los arroyos de color chocolate o rojos de sedimentos, saltan y brincan por entre las piedras del cauce que los intenta contener.
En un suave ascenso, vamos pasando los dientes de sierra de las cañadas que atravesamos en las estribaciones de este mar de montañas. Algunas zonas me recuerdan partes de Andalucía, otras parecen las tierras de campos de Castilla la vieja, son parajes con aire denso y frio, que poco a poco van calándonos, los viajeros se acomodan cerca de sus monturas, buscando el refugio de los puños calefactados y del caliente motor. Javier se protege buscándome con su cuerpo, para evitar exponerse al aire que nos rodea.
Seguimos por la R701, que a veces desaparece en manchas de zahorra rojiza o negra típicas de la zona donde nos encontramos. Otras veces el buen asfalto nos hace avanzar lentamente a buen ritmo. Un paisaje cambiante que no podemos llegar a disfrutar. El cielo hace rato que no se ve y en su lugar las nubes de color gris tenue, de acero algodonado, llenas de opacas luces el campo que nos rodea, los verdes antaño brillantes se han trasformado en oscuras oquedades en las montañas, todo parece triste y las laderas parecen llorar, espesas brumas invaden las cañadas y nuestro animo.
– Blanquita, la organización ha comentado que podíamos ir directos a Midelt, pero nos habríamos perdido estas vistas, hoy a medias luces pero que en días soleados deben ser maravillosas. Vamos a parar y hacemos unas fotos.
Estábamos haciéndonos unas fotos cuando llegaron José y Daniel, se bajaron del Toyota de Nomah y allí estuvimos departiendo un rato, mientras se hacían fotos de un lado o de otro. Delante nuestra se apreciaban las nubes ya cerradas y la lluvia amenazaba en el horizonte. Íbamos en dirección a Jenifra y aún nos quedaban bastantes kilómetros por llegar, en Marruecos se avanza a buen ritmo en algunas carreteras, pero el tiempo de hace infinito en todas.
Rodrigo, Nicasio y Javier se enfundaron el traje de agua y enfilamos cuesta arriba para dar de bruces con la lluvia, fina, persistente. Las nubes de desgajaban desde las alturas e inundaban el campo ya mojado, empapando la tierra roja de las laderas y desbordando los arroyos de los valles. Nuestra atención estaba tan centrada en la carretera que apenas tengo recuerdos de las aldeas o pueblos que atravesamos, ni que decir tiene que fueron unos cuantos, pero en modo rain y con mi electrónica en máxima tensión casi no me percate de lo que nos rodeaba.
Estábamos llegando a Jenifra y el sol empezaba a destacarse de las nubes, poco a poco, kilómetros después, se alzaba solitario en un raso de azul tenue. Seguíamos avanzando por tierras marchitas, pero ahora soleadas y claras. Casi sin tiempo de darnos cuenta, llegamos al CP de la enrome ciudad de Jenifra. Allí nos dieron la mala noticia del día, teníamos que ir dirección Azru por la N8 para enlazar con la N13 que nos llevaría a Midelt, ya que el camino propuesto por la organización estaba cortado por nieve. Debíamos tener cuidado ya que el paso lo habían despejado hacia poco tiempo y seguía nevando aunque con bastante menos intensidad.
Tomamos pues la N8 y comenzamos un eterno ascenso, con el sol ya a nuestras espaldas y en dirección Norte, hacia Ifran. A los pocos kilómetros paramos cerca de una restaurante y los riders tomaron un tallin y unos pinchos morunos, pero sin ensartar. Javier me confesó que estaba deseando parar para echar un bocado, tenia hambre y no quería llegar a las alturas de Azru con el estomago vacío.
– Blanquita, reconfortado por la pitanza y el agua, descansado y después de una animosa charla con amigos… que más se puede pedir que continuar en moto hasta tocar el cielo si hiciera falta. Parecemos quijotes en este mar de colinas y olivos. Continuaremos a Azru para darte del maravilloso brebaje de fierabras con 95 octanos que tanto te mereces.
Salimos en dirección Ifran, ascendiendo por las suaves laderas de la N8, entre curvas y cedros. El cielo raso volvió a cambiar y un gris oscuro, como de acero viejo, parecía suspenderse sobre nuestras cabezas. La nieve se empezaba a acumular alrededor y los enormes cedros sujetaban copos de blancas formas entre sus laceradas hojas, como si quisieran atraparla. De esta guisa llegamos a Azru y en la gasolinera antes del desvío de la N13, llenamos los estómagos de nuestro alimento liquido, oloroso, vital. Formábamos ya un pequeño grupo y con la expectación en las caras, continuamos hacia el destino.
No hacíamos más que subir, Javier controlaba el ascenso y movía el casco como preocupado, desde las copas de los cedros se desgajaban pelotas de blanca nieve y se estampaban contra el oscuro asfalto. La temperatura rondaba los cero grados y las barreras de nieve estaban levantadas, pero innumerables camiones y camionetas hacían caravanas en sus aledaños, síntoma de que solo podíamos circular los coches ligeros y las motos.
Dejamos los cedros atrás y unas enromes llanuras de blanca nieve nos cercaban, el viento azotaba nuestros cuerpos y riders y monturas nos ladeábamos al son de las rachas de la ventisca, era un baile helado con el viento furioso de las altas cumbres.
Llegamos a los 2100 metros y seguíamos subiendo, Javier no hacia más que observar el altímetro del navegador, tenia la confianza de que empezáramos a bajar y con nuestro descenso también descendería el riesgo de nieve en la carretera. Finos copos chocaban violentamente contra nosotros, como puntas de hielo fino. Alcanzamos los 2195 metros y delante nuestra apareció un enorme valle, del que solo podíamos vislumbrar laderas blancas sin fondo, Javier suspiró tan fuerte dentro del casco que yo misma lo oí a pesar de la ventisca.
Comenzaba el descenso y a ambos lados de la carretera se dejaban ver entre lentiscos, los Perros del Atlas, habituados a las comidas de los coches, permanecían sentados estoicamente, velando por su sitio en el festín de este paso. La carretera brillaba de la grasa de los camiones y coches, un arco iris deslizante cubría el asfalto, era mejor no mirar, pero brillaba con las luces de los pocos coches que nos cruzamos en la bajada.
Alcanzamos las cotas de Midelt, y tras dejar atrás la barrera de nieve, tomamos dirección este, en las llanuras se veían pequeños neveros detrás de las escasas plantas bajas, acumulados por
el viento. Unas personas se manifestaban en la carretera, niños, mujeres y hombres cercados de la gendarmería marroquí, que mantenía la calma ante la tensión del momento. Gritos que no entendíamos y voces de protesta se elevaban a nuestro paso, Javier aminoro mucho la marcha para ir con cuidado, no quería tener conflictos y en estos casos es mejor observar y atender a los gendarmes, que nos dieron paso con un saludo. Con frio, cansancio y mucho que contar llegamos al hotel Taddart de Midelt.
Día 30 de octubre de 2018. Midelt rocoso y desolado a Boumalne cálido y azaroso.
Con las luces del sol, temeroso de enfriarse por las nieves que nos rodean, empiezan a aparecer los riders, maletas, cascos, guantes y demás atavíos propios de los moteros. Frente a nosotras, montañas blancas, caprichosas formas elevadas cubiertas de fino manto de seda blanco, frio, inmaculado. Temperaturas bajas y altitud de 1426 metros, cercana, la ciudad de Midelt.
Aparece Javier y formamos un pequeño grupo con Álvaro, Rodrigo y Nicasio. Javier me mira, y después de comprobar que la mañana está fresca, decide enfundarse el traje de agua.
– Hoy no quiero pasar frio, estoy un poco acatarrado de los días pasados y no quiero repetir la experiencia, así que a enfundarse en el visible amarillo, recostado sobre ti, gracias Blanquita por sujetarme…
Empezamos a circular en dirección este, poco a poco ascendemos metro a metro hasta llegar a Midelt. Atravesamos la urbe aun desperezándose y variamos rumbo sureste, a lo lejos un macizo montañoso al que vamos a enfrentarnos. Seguimos subiendo el altitud y comienzan a aparecer las primeras curvas de un puerto de enormes laderas peladas, desnudas, solo rocas y arena, al fondo, en los lejanos profundos valles pequeños arbustos, reviven con la humedad de los arroyos de lluvia. Un desierto de piedra nos rodea y nos sobrecoge mientras seguimos serpenteando entre laderas abruptas de rojos y ocres. Curvas y “recurvas” nos llevan al desfiladero que atraviesa las enormes montañas y llegamos a una de las cimas del día, rondamos los 1900 metros y tomamos rumbo sur, para entrar en un mar de enromes montañas de piedra, cordilleras de rumbos marcados por las aguas de torrentera, marcan las subidas y bajadas de nuestro viaje.
Sin casi aviso, como esperándonos en un recodo, aparecen suaves y sinuosos valles, los arroyos alimentan esos cauces ahora fértiles y aparecen pequeñas aldeas de paredes de adobe y de embarradas callejas. Todo parece de un color chocolate, las escuelas pintadas de hermosos colores, variados, alegres. Vamos con el rio a nuestra izquierda, dirección sur. Los meandros han formado pequeños huertos, palmeras, frutales, y vestigios de hortalizas, adornan las suaves laderas de los cauces que nos acompañan en nuestro camino. Pasamos de derecha a izquierda y vamos cruzando el rio , en una garganta, de paredes de adobe, como las casas de las aldeas. Forman una vista uniforme, casas, rocas y laderas. Sus gentes, azarosas, se dispersan en los bordes de la carretera, unos con burros, otros con bicicletas, mujeres con azadas en los huertos, algún desvencijado coche y algún que otro camión de dudosa procedencia.
Avanzamos con el frio entre las ruedas, un aliento húmedo de hielo reciente baja de las alturas de las montañas que nos rodean.
Comenzamos a ascender, pegados al rio, que vamos cruzando según avanzamos. Cada vez se dispersan más las pequeñas aldeas y el rio anuncia su agonizante nacimiento, con solo algunos palmos de agua. La carretera, con curvas interminables, nos propone un eterno baile de sinuoso trazado, un vals en Touzarh.
Seguimos por una garganta cada vez menos profunda, subimos según avanzamos. Vamos a buen ritmo y el día parece acompañar. El sol al fin se ha decidido a iluminarnos, lastimosamente, casi pidiendo permiso a las frías montañas, que permanecen orgullosas de sus nevadas cumbres.
Tomamos un cruce a nuestra derecha, siempre siguiendo el roadbook, no hace falta el navegador, Javier se siente seguro con este pliego de papel.
– Cada vez me gusta más viajar con el roadbook, parece que no tienes un rumbo fijo y eso te hace sentir el camino como una aventura. Que buen día de motos y amigos “blanquita”, a veces me gustaría que el tiempo se detuviera. Que las agujas ralentizaran su inexorable camino tras las estrellas de mañana.
Entramos en una carretera de enormes boquetes y las alturas nos anuncian los fríos intensos que atraviesan estas pronunciadas laderas. Sin vestigios de vida, apagadas, lúgubres, pero donde la soledad te hace acercarte mas a los tuyos, ahora perecemos una familia, nómadas en este mar de piedra y rocas, trashumantes de ilusiones y esperanzas, con lo puesto y los amigos en la mochila. Me siento agradecida… unas lagrimas, una detonación vacía, un guiño de luces y Javier acaricia suavemente el acelerador, como si sintiera mi emoción contenida tras la tiránica electrónica.
Me asaltan recuerdos, hace un año pasamos por estos mismos parajes y sentí las mismas emociones contenidas, ahora el camino era inverso, ascendíamos por cuestas entre masas de rocas, empedradas laderas y cimas orgullosas.
Entre boquetes y curvas llegamos a la cima del tramo de carretera, tocamos el cielo a los 2681 metros, enormes laderas se despeñan a nuestra izquierda. Gargantas profundas, como heridas abiertas, se dejaban ver en un mar de roca. Hilos de acero brillaban en las cuencas de las enromes gargantas, lejanos, inertes corrientes de recogidas aguas. Ilusionados y sobrecogidos por las vistas, entramos en unos cortos llanos, entre laderas, rocas y gargajeras, surcan el terreno. Sin casi aviso unas plumas de anuncian uno de los CP del día. Recuerdos el pasado año me asaltan, mientras los riders desmontan y saludan a la siempre risueña Laura. Con risas y bromas desaparecen tras las puertas de madera desvencijadas del hostal. Es la hora de comer, así que no espero que sea una parada corta. Sale Javier y me confirma lo que ya tenia en mi animosa electrónica:
– Blanquita cómenos aquí, algo ligero pero caliente. Tengo el recuerdo de este lugar, de una moto desmontada, con las horquillas ladeadas y Jhonny y Tony reparándola. Hoy hay menos ambiente que la otra vez y también hace más frio.
Llegan algunos grupos de moteros, se arremolinan chiquillos a nuestro alrededor y casi sin dame cuenta vuelve Javier. Una charla con los niños, chapurreando un mal francés y entre risas, monta en mis lomos y partimos en la buena compañía de nuestros amigos, cuatro jinetes. Para mi sorpresa volvemos sobre nuestras huellas, cuando al momento Javier se me acerca y me dice con pesar:
– Tenemos que dar la vuelta, no se puede pasar por la ruta establecida, vamos directamente al hotel, ya que la nieve tiene cortada la carretera del Dades, por donde íbamos a llegar a nuestro destino. Una consecuencia más de este temporal de nieve y frio que hemos tenido estos dos días de atrás.
Enfilamos pues hacia el este otra vez y volvemos a pasar las crestas de las enormes montañas ya conocidas. Vamos bajando por camino conocido, un alto en el camino para deleitarnos con las hermosas vistas de las gargantas mientras los riders hacen fotos y bromas. Hablan de repostar y la verdad es que llevamos muchos kilómetros sin gasolineras, ahora comienzo a entender los envases de agua y bidones en los bordes de las carreteras en las aldeas que hemos atravesado, llenos de un liquido transparente y verdoso, es gasolina para el viajero despistado. Javier comenta que sabe que llegamos a la gasolinera del Todra, donde repostamos hace un año, el consumo a las velocidades de Marruecos nos hace prolongar el repostaje más allá de los 380 kilómetros.
Los cuatro jinetes montan sobre sus monturas y empezamos un descenso de boquetes conocidos, de piedras y de laderas. Llegamos al desvío y continuamos el curso de la carretera por la que veníamos hace un tiempo, bajamos paralelos al cauce del Todra, entre gargantas y paredes de tierras laminadas y cortadas por el agua. Nos lanzamos por una pendiente de casi 45o cerca del hotel de Yasmina y subimos otra de 42o un poco más adelante. Entramos en un estrecho desfiladero de enormes paredes verticales, tengo grandes recuerdos, imágenes de tiempos pasados recorren mi memoria. Una parada para las fotos de rigor, alguna exclamación y seguimos nuestro camino, descendemos arrullados por el murmullo constante del agua que ondula descansando sobre el cauce de esta profunda garganta, el liquido elemento esboza una eterna sonrisa contemplando la obra que lleva esculpiendo miles de años.
Vuelve a sorprenderme en un recodo, el enrome palmeral de Tinghir, mientras atravesamos aldeas en las riveras del “Oued Todgha”, al otro lado del rio, separados por el enrome palmeral, casas de adobe y aldeas de techos de hojas de palmera. Un vergel de vida, verde esperanza de la continuidad del agua sobre la estéril roca, una ilusión de enromes dátiles, huertos y cosechas. Los llanos del desierto se divisan en los lejanos horizontes. Una breve parada para repostar nuestros desiertos depósitos y un té para los riders, mientras saludan los moteros que en grupos pasan delante nuestra. Encaramados en lo alto del café, parece que ven la vida pasar y la ilusión puede al cansancio de una hermosa jornada de moto.
En una caravana de cansancio vamos acercándonos al hotel en Boumalne Dades estamos unos 100 metros por encima de la salida, los 1590 metros. Hemos llegado y ahora un merecido descanso para todos. Pronto un manto de estrellas inundara el cielo y el frio de las montañas volverá a bajar, soñaremos con los arroyos y las enhiestas crestas de las montañas.
Día 31 de octubre de 2018. Desde Boumalne llano al BMW CAMP con esguince de cilindro.
Amanece, un disco rojizo asoma con fuerza desde el este. Sus dorados reflejos iluminan un cielo oscuro, limpio, despejado. Poco a poco, muy lentamente como regodeándose en su victoria sobre las nubes, el disco se vuelve naranja, amarillo y dorado. Una brisa cálida anuncia un día templado, limpio.
Van apareciendo los riders y la organización, levantada desde hace tiempo como todos los días, llevan de trajín algún tiempo ya. La ilusión del trabajo bien hecho llena sus rostros de una eterna sonrisa, llevan días ya de trasiego, de trabajo, de preocupación por los detalles y en sus rostros colgada esta eterna sonrisa, es maravilloso encontrase tan protegidas.
Ya es nuestro tiempo, Javier coloca el porta roadbook, la bolsa del baúl y la pequeña mochila del manillar, me observa con esa sonrisa franca, como todos los días, como queriendo despertarme con un susurro. Lentamente sube a horcajadas sobre mi mullido lomo de goma-espuma forrado de piel sintética. Arrancamos y salimos pasando por debajo del arco de la organización. Puesta a cero del trip 2 y salimos por la misma calle por la que entramos, los trabajos de asfaltado están ahora a pleno rendimiento, salientes las alcantarillas y entre ellas los operarios en su labor. De pronto Javier para, habla con Álvaro y se vuelve al hotel, entramos en su plaza y se detiene a un costado de la salida, ligero se baja entra al hotel con premura.
– Menos mal que me acorde de que tenia la cámara de video cargando, que si no aquí se queda. Vaya cabeza la mi, volvemos a salir que nos están esperando.
Dicho y hecho, volvemos al ritual de siempre y a pasar por el arco de salida, trip a cero por segunda vez y hacia la carretera.
Salimos en dirección contraria a nuestra entrada de ayer, la mañana fresca hace que vayamos cubiertos, pero atrás queda el traje de agua y la confianza en el camino se parece a la de ayer, vamos mas relajados y tranquilos. Llaneando en suaves llanuras nos acercamos a Tinghir, donde tomamos el desvío que nos separa de la garganta de la tarde pasada. Ahora enfilamos al este y en pocos kilómetros tomamos la R113 dirección sureste. Descendemos suavemente, atravesamos desiertas y asoladas llanuras, de cuando en cuando nos topamos con algún arroyo que marca un oasis lineal a su paso. Entre desierto y manchas pequeñas de verdes franjas de follaje, nos acercamos a las llanuras del sur de Marruecos, las estribaciones del Sahara, la puerta del desierto.
Acompañados por el arroyo de Alnif, nos acercamos ala ciudad del mismo nombre, allí el roadbook nos dirige hacia el oeste, antes de llegar a Tazlarte, en la gasolinera, volvemos a poner el cero y tomamos la pista que sale frente a la misma. Al sur, directos al Sahara.
La pista comienza a parecer una vereda y aparecen las primeras lenguas de arena. Javier en segunda hecha los pies a tierra y firmemente, con una suave aceleración, vamos sorteando las trampas de la fina roca desmenuzada que se nos cruza. Me empiezo a sentir orgullosa de su manejo, lentamente, a velocidad de Javier, los compañeros van alejándose por delante y seguimos avanzando guiados por una ladera oscura a nuestra izquierda, entre tramos de prensada tierra de piedras y largas rodadas de vehículos vamos avanzando y quedan atrás las lenguas de arena.
En pié, con presiones ligeras de las rodillas sobre mi deposito, Javier va surfeando sobre las rocas y el camino se endurece entre acacias y grandes pelotes de piedra. Vamos a buen ritmo, pero lentos, noto a Javier contento, en tensión pero tranquilo, unos estrechos pasos entre piedras y volvemos a engranar tercera para seguir a buen ritmo entre las rocas. A nuestra derecha unos compañeros están parados haciendo fotos, nosotros seguimos y las piedras parecen más grandes por momentos.
Una bajada y para tener mas control Javier engrana primera, mi rueda trasera resbala sobre una piedra y lentamente Javier me acompaña en la caída inevitable hacia el rocoso suelo, siento un desgarro, un golpe seco sobre mi costado y ya en el suelo Javier apaga el motor. Con cierta premura se acerca al alto del talud y se quita el caso y la chaqueta los abandona en sitio visible, baja a mi lado, aún en el suelo, y con maña, me levanta.
– No me parece que estés tan pesada, parece que el viaje también te alijare a ti Blanquita. He puesto el casco y la chaqueta encima de unas piedras por si venia alguien que no se topara con nosotros, ahora más tranquilos salimos de esta zanja en el camino.
Con tranquilidad se sube a mis lomos y no puedo avisarle de que algo está mal, arranca y salvamos la zanja, unos metros después, en un pequeño llano, en el lateral del camino, si aquello puede tener este honroso nombre, busca con el pie una pequeña piedra que coloca debajo de la pata de cabra, que estira para que pueda sujetarme. Me abandona y sube la pequeña cuesta del talud para recoger el casco y la chaqueta. Mientras baja el talud de vuelta, se me queda mirando fijamente y sus ojos parecen salirse de las orbitas, se percata de lo que ya se, tengo pérdida del aceite por el lado izquierdo.
– Blanquita, mi torpeza nos ha vuelto a pasar una mala jugada. Estamos aquí en mitad de la nada y con la tapa del cilindro rota.
Un monto de barbaridades salen por la boca de Javier, me acaricia los plásticos del lateral del deposito y más calmado me vuelve a hablar:
– No te vas a quedar aquí, te sacaremos como me llamo Javier, vamos a esperar al coche de asistencia que he visto que viene detrás. No merece la pena llamar por el localizador GPS, vamos a soliviantar a toda la organización y en definitiva podemos poner en marcha los acontecimientos a través del coche de asistencia.
Se oyen un motor y pasa un rider, mas tarde otro grupos de moteros y otros más después, mientras, aparecen unas personas, no se sabe donde y nos miran con caras de extrañeza.
Por fin se oye un motor distinto y aparece el coche de la organización, se bajan Javi y Roberto y se preocupan por el estado de Javier.
– No, yo estoy bien, si la caída ha sido en parado, se me fue la rueda de atrás y una vez que vi que no podía sujetar a “blanquita”, la acompañe en su caída, con la mala suerte que una piedra de los millones de las que hay por aquí, ha rajado la tapa del cilindro. Esguince de cilindro, que pu….ada.
Javi, toma un papel y limpia con cuidado a zona del golpe, toma su móvil y hace una foto, después de observar con detalle la foto, le dice a Javier:
– Yo creo que se puede reparar, voy a contactar con Jhonny, a ver que dice.
En una charla por mensajes de móvil, parece que hay esperanza. Roberto ofrece agua a Javier y ambos se preocupan por que beba y este tranquilo, mientras Javier no hace mas que hablar y gesticular, síntoma de que esta mas nervioso de lo que realmente dice.
Entre charla y bromas, van pasando los minutos y a lo lejos aparece una nube de polvo, una estela de esperanza, ya que según Javi, es Nomah, que viene con Jhonny a intentar reparar el desastre. La nube avanza rápidamente y se acerca de forma vertiginosa hacia nosotros, en pocos minutos el vehículo conducido por José estaciona cerca nuestra. Con alguna protesta se baja Jhonny:
– ¿Donde esta el fuego?. Este “tio” casi me descoyunta entre las piedras y los cauces.
– Te quejas de vicio, si no he pasado de segunda o tercera. – decía José entre dientes, con una enorme y cómplice sonrisa.
– Vamos a ver que le pasa a “blanquita” – dijo Jhonny con una sonrisa en sus labios, esa eterna sonrisa que cuelga perennemente de su rostro, nada parece tener importancia. Es algo común a todo el Staff… que amigos tan maravillosos.
Después de un vistazo, la opinión del experto es intervenir en el mismo sitio, así que saca herramientas y mientras habla sin parar, va desmontando la protección “anti caídas”, que en este caso no sirvió de mucho. Mientras Nomah, Roberto, Javi y Javier no paran de hablar y de cuando en cuando sueltan alguna puya hacia Jhonny. Éste, sin prisa pero sin pausa, ha desmontado la tapa del cilindro, y con la palabra fácil, y la sonrisa colgante, como las casas de Cuenca, sigue en la tarea. Limpia cuidadosamente la tapa desmontada, coloca la junta para evitar que se manche de arena y polvo, a continuación lija el lugar donde está la pequeña raja. Con dedos increíblemente ágiles, como las antenas de los insectos, va lijando y se prepara para hacer un “mejunje” de “composite” de dos compuestos para soldadura en frio y con alta resistencia al calor, esto al menos dice él. Con la agilidad del saber hacer, distribuye la masilla resultante sobre la tapa del cilindro y anuncia:
– Ahora a esperar unos tres cuartos de hora o algo más y luego a cerrar, rellenar de aceite y esguince resuelto.
Mientras ellos hablaban, comían algo de lomo y pan que sacó Nomah y se hacían alguna foto, yo pensaba en seguir disfrutando por estos proyectos de camino. Cuando vi con que decisión trabajaba Jhonny, no me preocupé del resultado, seguro que seria bueno. Mal asunto si estando enferma no me fiase de mi médico.
Lentamente, que eterno es el tiempo cuando quieres que avance, fue pasando el tiempo y por fin Jhonny dio por terminada la espera, coloco la tapa, la protección y rellenó de aceite. Vamos a arrancar a ver que tal y ya puedes seguir.
Así fue la reparación y Javier monto en mis lomos y partimos detrás del coche de Javi y Roberto, por delante José y Jhonny volvían a levantar polvo en su raudo camino hacia algún punto en que fueran requeridos. Javier se aparto de Javi para no comer mucho polvo y siguiendo sus pasos salimos a la carretera, allí tomamos el enlace hacia la gasolinera en la que estaba el CP, donde nos encontraríamos todos y saldríamos en dirección al BMW CAMP.
Unas lenguas de arena, que pasamos más rápido de lo previsto por la escasez de luz, parece que se conduce mejor si no ves que ante ti tienes arena y sigues avanzando sin preocuparte del estado del firme. Entre dos luces llegamos al campamento, esta vez Javier entero y yo con mi esguince de cilindro, reparado.
Día 1 de noviembre de 2018. Haymah del BMW CAMP y descanso en Hotel Xaluca Erfoud.
Siempre me sorprende el desierto, la paz y la sensación de invalidez ante su enorme extensión y silencio. Antes de que el cielo empiece a clarear, los riders aparecen en la escampada delante de las “haymah” que les han dado cobijo. Se agrupan lentamente y salen al raso de la noche. Se dirigen a los dromedarios que rodean las explanada, con sonrisas y bromas van subiendo a los peludos lomos de aquellos fantásticos animales, que lentamente se levantan y al poco empiezan a ascender en dirección a la primera gran duna cercana, desde allí el amanecer se vera mejor que donde estamos nosotras, aún así, me parece un hermoso amanecer, rojizo, tenue y templado.
Después de amanecer, bajan los riders y comienzan las fotos de grupo, las risas y los preparativos de la marcha hacia el merecido descanso en el hotel. He visto como Javier hablaba con Jhonny, ambos habían venido a verme, Javier anoche y esta madrugada y Jhonny también, todo esta bien, el aceite sigue con su nivel y sin perdidas en el cilindro.
– Blanquita, ayer no hacia más que mirar la temperatura del aceite y los avisos del cuadro de tus instrumentos, estaba preocupado. Hoy nos tomaremos el día con tranquilidad.
Con estas palabras se subió y arrancó. Un suave susurro salio de lo más hondo de mi corazón de acero, una bocanada de aire del desierto, una caricia de la brisa de una luminosa mañana y un ritmo acompasado de las miles de explosiones de mis cilindros pusieron en marcha nuestros cuerpos, atravesamos las lenguas de arena, bien es verdad que Javier empieza a saber cada vez más y se quedo a esperar a Tony, al que pregunto cual cree que seria el mejor paso entre las dunas de arena, seguimos sus sabios consejos y todo fue mas fácil y sencillo.
Salimos a la carretera y en un paseo, fuimos atravesando varias poblaciones entre palmeras, salpicados de tramos de arena y de enromes hammadas. La temperatura era agradable y mecidos por una suave brisa, fuimos dejando atrás rotondas y desvíos para llegar a Erfoud y atravesar su corazón para seguir más allá. Llegamos a Maadid y pocos minutos después al Hotel, donde algunas motos ya estaban descansando, otras vendrían más tarde. Javier descargó todo el equipaje del baúl y marcho hacia el edificio, lentamente, como saboreando el descanso que tendríamos.
Día 2 de noviembre de 2018. Salida y vuelta al Hotel Xaluca Erfoud, salinas, montañas y material para escuelas.
Partimos con una mañana luminosa y agradable, íbamos Álvaro, Nicasio y Javier, Rodrigo marchaba hacia España directamente. Salimos en dirección Maadid y al llegar a Erfoud tomamos el desvío hacia la R702. Nada más pasar la aldea de Fezna, nos encontramos a la derecha de la carretera con unas pequeñas construcciones, dos casuchas que dominaban una enorme extensión de llanos con un sinfín de montículos de arena, respiraderos de las cuevas que se emplean para la extracción de sal.
Paramos en el CP que se encontraba en las mismas salinas y allí los riders pudieron visitar las salinas. Javier y Nicasio se acercaron a una de las construcciones que había en la explanada, antes de las hileras de montículos de las minas de sal. Cuando volvieron, Javier me comentó:
– Que casualidad, esta pequeña casucha donde hemos entrado es propiedad de Karim, con el que hemos estado hablando, pero yo lo había visto en el National Geographic, en un documental donde hablaban de las minas de sal del sur de Marruecos. Nos ha enseñado algunos detalles y nos ha presentado a alguno de sus seis hijos.
Después de este rato de turismo estático, nos pusimos en marcha, los tres amigos habían decidido ir por la alternativa de asfalto, creo que Javier seguía aún pendiente de mi cilindro, pero al fin y al cabo, seguíamos en ruta.
Fuimos por carretera hacia Erfoud y allí viramos al sur. Íbamos tranquilos, en una caravana como las que cruzaban estos parajes hace tiempo, tomamos dirección a la Cárcel Portuguesa y entramos al fin en una pista que nos condujo directamente hasta la misma entrada de la construcción que cercaba la hoya que forma la montaña.
Allí, Javier subió andando a la cima de la caprichosa montaña y cuando bajo traía la mirada perdida, sentí una extraña sensación que emanaba de sus ojos, mientras se limpiaba las gafas de sol. Fue como ver una estrella fugaz en en el negro iris de sus ojos, algo había dejado una imagen perenne, quizás las vistas de la cima, tal vez la sensación de pequeñez, solo él lo sabe.
Los riders comieron todos juntos y se hicieron fotos y videos, las risas, bromas y charlas se entremezclaban en un barullo controlado de conversaciones.
Terminada de la merecida pitanza, nos pusimos en marcha y volvimos a la carretera, desde allí en un convoy tomamos la N12 en dirección a Alnif, fue breve el trayecto por carretera, ya que en un camino que partía a la izquierda, abandonábamos el asfalto y tomábamos dirección sur para llegar a un poblado, misero, de casas dispersas de adobe, solo una escuela, pequeña, con alegres colores, parecía totalmente nueva. Aparcamos en medio de una explanada mientras la furgoneta de Almarza, que conducía don Manuel, como me puntualizó Javier, se coloco en la entrada de la escuela y entre todos fueron descargando una cantidad ingente de material escolar. Javier me había dicho que se sentía muy orgulloso de poder ayudar a los más desfavorecidos de esta zona abandonada del turismo y de las riquezas del norte.
Con la imagen aún en mis faros de los agradecidos aldeanos despidiéndonos con el vaivén de sus oscuras y curtidas manos, tras el solidario evento, abandonábamos la aldea, rumbo hacia nuestro descanso en el hotel.
Día 3 de noviembre de 2018. Del Hotel Xaluca Erfoud entre valles y estepas a Nador bullicioso.
Salimos cruzando el arco en dirección norte, somos los primeros y parece que Javier se anticipa al resto de riders. Un kilómetro más adelante entramos en una gasolinera y Javier comprueba la presión de los neumáticos.
– Después de llevarlos con 300 gramos de presión por debajo de lo necesario, es menester, “blanquita”, que volvamos a las presiones adecuadas para carretera. Ya no entramos en lenguas de arena y nos esperan 600 kilómetros hasta Nador, a tus lomos esto no es nada. Volvemos a buscar a Álvaro y Nicasio, que por cierto esta mañana no lo he visto.
Así fue, nos dimos la vuelta y volvimos al hotel, con deposito lleno y los neumáticos ajustados de presión, para buscar a Álvaro y su montura, ya que la de Nicasio estaba solitaria en el parking cuando salimos.
Tomamos dirección norte, entre 18o y 347o, con el sol a nuestra derecha y el “oued” Ziz tan pronto a un lado u otro de nuestro camino. Ascendíamos paralelos al cauce y en los tranquilos meandros se acumulaban bosques de palmeras y frutales y huertos que hacían manchas verdes entre las rocas ocres y rojizas del entorno.
Era una agradable mañana, la N-13 nos permitía ir devorando distancias, entre largas rectas y cambios de dirección suaves. Llegamos a Er-Rachidia y la carretera torno en ascenso entre curvas y pudimos admirar el lago Al-Hassan Addakhil, reserva de agua dulce que alimenta las gargantas secas de pueblos y aldeas de la zona. Entre curvas, con silencioso vaivén, pasábamos la garganta del Ziz en dirección Zebzat. Íbamos sorteando las costillas del enrome Atlas, con serpentinas curvas encajonadas entre costales de piedras y tierra, entre costillas hermosas, llanuras semidesérticas, con apenas algún cambio de rasante y alguna despistada curva.
El fresco nos acompañaba, casi con ganas de bajar la marca del termómetro, alcanzamos la cima de 1897 metros, cuando llegamos a las proximidades de Midelt, desde las alturas se dominaba un enorme mar de nubes, debajo nuestra, inundando todo el llano que teníamos delante de nuestros asombrados faros. Comenzamos un ligero descenso y antes del desvío que marcaba la ruta, en el mismo borde de una gasolinera, paramos a tomar un descanso, corto, pero suficiente.
Siguiendo el roadbook tomaríamos rumbo nordeste, para rutear la N-15, entrando de lleno al mar de nubes que habíamos divisado. La temperatura descendió unos grados y sentí a Javier arroparse contra mi, era una agradable sensación. Íbamos acompañados de la soledad que nos da ir en moto, del regocijo de ir solos en la multitud de amigos que compartimos la misma sensación, la misma ruta, la misma vida. No hacia falta tener la electrónica más pendiente de lo normal, la carretera estaba bien, hacia frio y el sol era un disco gris claro entre la bruma de acero nebuloso. Entre mares, entre un mar de nubes en el cielo y un mar de tierra, como un bocadillo de ilusión y aventura, avanzábamos, Álvaro y Javier nos guiaban por enormes llanos de labores marchitas, las tierras tomaban caprichosas formas, dando lugar a áridas praderas de marchitos cereales recogidos.
En descenso casi permanente, entramos en una carretera interminable, atrás quedaban las nieblas y el sol volvía a mostrarnos su sonriente y anaranjada cara. Íbamos en una enorme estepa de pequeñas plantas crasas y grandes rebaños de ovejas, oscuras y blancas. De cuando en cuando se cruzaban en nuestro camino y mis frenos nos detenían ante las anárquicas trayectorias de nuestras compañeras de estepa. Salimos en dirección este tomando el desvío hacia la R-606, en un altiplano que rondaba los 740 metros, rodeados de suaves colinas de esteparias laderas salpicadas de manchas de balsas de agua, algunas llenas otras embarradas. Siempre nuestras amigas balando a nuestro paso, protestando del ruido de nuestros motores que rompían su silencio devenir en esta estepa.
La carretera, estrecha, con obras a lo largo de muchos kilómetros, nos mantenía despiertos del letargo que nos rodeaba, solo los abruptos desvíos que marcaban obras mas grandes en algunos cortos tramos, ponían un toque de cambio, algo de aliciente en este interminable camino de asfalto, barro y grava, rodeado de las extensiones de una estepa árida, dura, uniformemente arisca.
Entre ovejas y espartos, engañados por sus validos, ascendimos en busca de los rayos cálidos del sol, llegamos al puerto de 1594 metros, y en una enredada caída, frenética, entre curvas y taludes abruptos, alcanzamos Debdú, habíamos bajado 571 metros en 10 kilómetros. Entrábamos en las llanuras del Atlas oriental, apenas vestigios de las enormes moles de su centro.
El camino se dirigía hacia el norte, las llanuras se tornaban cerealistas y salpicadas de arboledas de frutales, en fila, como en un desfile de manzanos, melocotones y albaricoques, guarnecidos por vallas de cañas y chumberas. El verde predomina en las laderas de las colinas que nos cercan el paso y que tenemos que bordear en largas y abiertas curvas. Las poblaciones se aprietan entre si, aparecen aldeas, urbanizaciones y poblados, desplegándose en los bordes de la carretera. Las gentes, caminan, pedalean o se encaraman a burros y carros, otros en coche y se trasladan de acá para allá, en un sin fin de viajes entrelazados.
Llevados del roadbook, vamos dejando atrás estas llanuras y enfilamos los últimos montes de nuestra aventura, las alturas darán paso a la ciudad de Nador, bulliciosa, hervidero de pulmones suspirando por una ilusión, por un mañana. A sus silenciosos suspiros nos unimos nosotros, llegando al borde del mar y paseando nuestros esculturales y musculosos cuerpos de acero y plástico por las orillas del paseo marítimo de la ciudad, orgullosas de nosotras y de nuestros riders.
A trece metros sobre el mar, en el parking del restaurante de entrada al puerto de Nador, hicimos alto con nuestros cilindros cansados, pero nuestros electrónicos recuerdos se agolpaban mientras los riders se regalaban con una cena antes de la partida hacia el mar….
Salimos pronto en pos de la maquina de acero que nos cruzaría de vuelta a casa, Javier algo tenso, parecía querer llegar pronto, entramos en el puerto y me dejo abandonada a mi suerte, mientras entraba en la aduana para formalizar los tramites de salida de este hermoso país. Cuando entrada ya la noche salio Javier con los documentos en regla, todos habíamos formado ya un grupo, los amigos de staff vigilaban y a su vez preparaban sus documentos, todo era un ir y venir.
Otro corto desplazamiento y paramos a la espera de embarcar, presentamos los documentos y los estibadores nos dieron su beneplácito para subir al barco, con decisión abordamos la rampa de acceso al estomago de hierro de aquella mole. Ya dentro, mientras subíamos a a bodega que tenían reservada para las motos, oí un enrome suspiro:
– Blanquita, este año ya no nos quedamos en tierra, ya hemos subido. Mi corazón estaba a cien, recordando el periplo del pasado año. Esta vez todo ha sido perfecto y ahora tenemos toda la noche para descansar.
Aparcamos al lado de otras amigas y Javier cogió las bolsas en donde llevaba la ropa de cambio y poco más. Se aseguro que estaba bien sujeta y después de echarme una cariñosa mirada, ensoñadora y húmeda, desapareció entre las puertas pintadas del acceso a los camarotes.
Día 4 de noviembre de 2018. Vuelta, despedida y tristeza desde Almería, soleada y cálida.
Perdida la sensación de día o de noche, solo con la hora en mi memoria, había pasado el tiempo, entre ola y ola y hacia rato la calma reinaba en la bodega, poco a poco aparecen los riders. También Javier, que trae las bolsas y las coloca, me desata de las cintas de soporte y nos disponemos a bajar del barco.
Con un bullicioso trajín, vamos abandonando el barco, llegamos a un alto en la salida y allí algunos riders se despiden, nosotros seguiremos juntos en un convoy, hasta una gasolinera, Javier tomará un desayuno y yo también, por que no decirlo.
Entre despedidas, abrazos y adioses, partimos hacia casa. El camino daba igual, al menos teníamos casi 700 kilómetros para disfrutar de nuestra aventura.
Mientras caían, monótonos, los kilómetros de la vuelta, íbamos en ruidoso silencio, Javier casi acariciaba los puños del manillar, y yo con el gas suave, como sin querer terminar el viaje, iba recordando las piedras del camino, los cauces, las curvas y recodos, las lenguas de arena de Merzouga, la nieve, la luvia, el frio, los copos sobre mis plásticos, las risas de los niños, las miradas de los ancianos, los burros y las ovejas y las cabras…. La magia de viajar nos llamaba y casi sin quererlo llegamos a las postrimeras de Madrid, atrás quedo el camino compartido con Nicasio hasta casi Murcia, Albacete, Tarancón y pronto en casa.
STAF
José (Nomah)
Michel
Tony (él para ser feliz quiere un camión) Daniel
Laura
Kepa
Javi
Jhonny (gracias por arreglarme el esguince) Roberto
Tony (the bos, perdón eso dice Javier)
10 de 10, Gracias
DOCUMENTALISTAS
Javier (fotografia)
David (video)
2 también de 10, Gracias
TRANSPORTE
Manuel Almarza
Otro de 10, Gracias
https://www.arasanzgarcia.cloud/viajes/2018/Punta_Punta_Marruecos/Marruecos_2018/Salida_desde_Madrid
1 comentario en “PUNTAPUNTA ESPÍRITU GS MARRUECOS 2018”
Sorprendido por los videos y algunas fotos. Muy chulo, si señor.
Un abrazo