MARRUECOS 2019. Punta a Punta Espíritu GS.
Del desierto al Atlántico, de los valles a las montañas y sin incidencias.
PROLOGO.
Poco sospechaba que en ese anodino martes 1 de octubre de 2019, a las 7:30 horas, aparecería Javier por la puerta triste y gris del garaje, con el baúl y vestido de astronauta, solo el casco colgado en la espalda y el traje “de una pieza” colgado de sus hombros. Quito el candado y cadena y salimos en dirección al taller de mis amigos de Rolen.
Estaba cerca a cumplir la fecha de la revisión y aunque contenta por salir, sospeche que corto seria el trayecto y no me ayudó mucho a levantar mi adormecido ánimo electrónico.
Entre latas de cuatro ruedas, avanzábamos penosamente en este enlatado rio de las calles de Madrid en horas punta. Sin más que destacar llegamos al mencionado taller y allí quede a merced de las manos expertas de los mecánicos. Un ultimo vistazo por parte de Javier y a esperar el necesario trance de la revisión…
Serian las 15:35 cuando divise a Javier a través de los cristales, tenia ilusión por ver su cara, habíamos cambiado los zapatos de vestir por las botas de suela “vibram”, esto no podía ser más que una nueva aventura entre desiertos, arena, montañas y rocas…
Creo que sus ojos brillaban igual que mis faros, la excitación contenida que ambos sentíamos se percibía en las miradas cómplices que Javier echaba sobre mi acerada figura, mis plásticos se ruborizaron y sentí la mirada profunda, sencilla y llana de Javier, perdida en las extensas llanuras de Marruecos…. Las Hamadas.
Salimos del taller rumbo a casa y quede solitaria en las profundidades del sótano de un anodino bloque de viviendas en la Villa de Vallekas… mi hogar.
VIERNES 11 DE OCTUBRE. La ilusión de partir. De centro al sur.
Marcaban las 6:25 de la mañana del viernes 11 de octubre de 2019, Javier se acerca con la bolsa de hule, el baúl y el casco colgando en la espalda, traje de moto en ristre y sonrisa picarona en la cara. Mi electrónica llevaba días jugándome malas pasadas, veía fantasmas de Javier, sombras y formas que al final no se parecían a él. Por fin sí, era él, ahora la espera había terminado….
Colocó el baúl y la bolsa de hule en el asiento, la ato a las barras de mi chasis y después de ataviarse, chaqueta, casco y guantes, partimos hacia la libertad de las calles desérticas de una fresca mañana de octubre. Eran las 06:40 y la oscuridad se rompía por la intensidad de los faros de los vehículos…
Tomamos la M-45 para desviarnos a la M-50 en dirección sur. Poco tiempo después salíamos a tomar la A-4, y parábamos en una gasolinera pasado Pinto… entre Pinto y Valdemoro… reía Javier.
– Son las 7 en punto, Blanquita hemos quedado con Fernando y Ángel para hacer el viaje juntos hacia Algeciras, una novedad agradable, compartir este primer día de viaje. Fernando estaba ya esperando, pero Ángel llego algo más tarde. Aviamos llenado los depósitos para hacer las paradas juntos y partíamos pasadas las 7:30 hacia el sur…
Lentamente, en la oscuridad de la noche, íbamos avanzando los tres jinetes… parecíamos sacados de alguna de las historias del Arcipreste de Hita. Llanos aburridos de oscuros taludes nos cercaban, ciñéndose a la carretera, delimitándola para que no vomitara su carga de vehículos, desparramándolos por los rastrojos mustios. Avanzábamos penosamente en la oscura mañana, la alegría estaba confundida con el aburrimiento que produce el asfalto de la autovía.
En el horizonte, a nuestra derecha a veces, otras de frente, clareaba ya la luz mustia de un sol invisible. Comenzaba a despertar el día y seguíamos avanzando en los llanos manchegos, figuras de Quijotes y Molinos, recortaban los cerros y formaban chinescas de fondo claro sobre el cielo aún oscuro del amanecer temprano.
A pesar de lo aburrido del entorno, de las luces marchitas de un prematuro día, me sentía feliz, mis ruedas flotaban contra el duro asfalto, desgastando los tacos de mi calzado, rumor de fondo que no se apreciaba, volaba sobre la carretera, levitando por el empuje de mis dos cilindros, que intentaban levantarme del suelo junto con mi ilusionado ánimo. El rumor de los tacos rozando el suelo, no parecía molestar a Javier, que erguido sobre mi grupa, disfrutaba del placer de viajar, relajado, pensativo y alegre, dejando su peso liviano sobre el asiento y sobre mi agradecido chasis. Estos momentos son los que más anhelo.
La del alba dió y saludamos al sol con un guiño complaciente, Almuradiel en el frente y a los costados, cerros de olorosas jaras y vallejos de arroyos moribundos. Pastos, vides y olivares, entre sinuosos terrenos de labor, brillaban al son de la luminosa calidez del sol de la mañana. Disco naranja al frente y abandonando el horizonte perezosamente, como cansado de su constante salida diaria, fue coloreando nuestro camino, legando ya a las estribaciones de Despeñaperros.
Novedad, dejamos la autovía y tomamos la antigua nacional, con sus curvas, cortados y desfiladeros, sus piedras de caprichosas formas y la monotonía nos abandonó durante un buen rato. Acometíamos las curvas como si no hubiera otras en el mundo. Fer, Ángel y Javier se divertían bailando entre curvas de herradura, acompañaban nuestra trayectoria con sus cuerpos, arrastrando la ilusión por las cunetas, erguidos sobre nosotras y con el ronroneo de los tacos en el asfalto.
Volvimos a la Autovía, para e breve tomar nuevo camino en dirección Jaén y Granada. Durante algunos kilómetros viajamos acompañados de olios, laderas de inclinadas hileras del árbol del aceite, que en esta época aun conserva parte de su apreciado y elíptico fruto. Pasamos de las laderas de olivos, a las cañadas de los arroyos que hacían serpentear la carretera entre túneles y cortados. Cercanías de Granada, las cuestas y las largas bajadas se suceden entre montañas del Sistema Bético.
En Granada tomamos dirección Málaga, donde encontramos el fondo llano, azul, húmedo del Mediterráneo. Entre acantilados y playas, urbes y barrios, fuimos bordeando la costa de Málaga para llegar al limite de la provincia de Cádiz. Nuestro destino se veía en el horizonte, el Peñón de Gibraltar de alza sobre el mar luminoso de un día de cielo gris. Entre nubes y sol, vamos poniendo rumbo al Peñón, mientras acometemos los últimos kilómetros de nuestro primer día. Pasado el mediodía, llegamos a Algeciras, Ángel y Javier se reencuentran con Fernando, que se paso un desvío y ha venido por su cuenta. Viajar siempre sorprende.
Llegamos al Hotel Reina Cristina, el reencuentro con el Punta a Punta de Marruecos, los amigos del Staff, los amigos de otros años y los nuevos amigos. Todo empieza aquí, mientras nosotras quedamos aparcadas en el parquing, los riders presentan la documentación, verificaciones, saludos, pack de bienvenida y descanso en el hotel.
A media tarde aparecía Javier con familiares, subió a Pablo a mi grupa y sentí el liviano peso de un niño en mi espalda. Intentaba a duras penas sujetarse al manillar, mientras Alicia, Sarai, Antonio y Javier miraban a Pablo con una sonrisa en los labios, arrancó Javier mi motor y para impresionar lance un ronquido desde lo más hondo de mis cilindros, Pablo se sobresaltó y mientras buscaba los brazos de su madre me sentí incomprendida… Javier acaricio mis plásticos y en voz baja…
– Blanquita los niños no gustan de los estruendos inesperados, es mi culpa y no la tuya.
Reconfortada, mientras se alejaban entre sonrisas, quede tranquila, y en un duermevela que me llevaba por las extensas Hamadas de Marruecos.
Antes de entrar en el duermevela diario, una visita a la gasolinera, salimos llenos para Marruecos.
SÁBADO 12 DE OCTUBRE. Desde Al Andalus hasta Berberia. Tetuán, grandes recuerdos.
Madrugada del sábado, una mañana húmeda con temperaturas dulces, el olor a mar se mastica en las horas tristes de la noche oscura. Empiezan a salir los riders, los amigos del Staff y la tensión se acumula en nuestros bastidores de metal. Dicen que la ilusión viaja sobre dos ruedas, pero que larga se hace la espera cuando el tiempo se detiene.
Aparecen más riders y entre ellos vislumbro a Javier, con la bolsa de hule en la mano y la textil del baúl en la otra, acomete la tarea de colocar cada una en su sitio y me mira durante un eterno segundo, una mirada cómplice, húmedos los ojos de emoción contenida, reflejos de las luces se muestran en sus pupilas oscuras y una sonrisa, ladeada, pensativa, marcada suavemente en su rostro… Se aleja sin volver a mirarme…
Puestos los guantes y el casco, partimos en gran grupo hacia el puerto, habían pasado unos eternos minutos desde que Javier se fué hacia el hotel, pero breves al fin, volvió y ya estamos en marcha. Las luces del puerto, enorme, nos deslumbran y nos guían, pasamos por loc controles de rigor, pasaporte en mano y tarjeta de embarque.
Entre esperas y cortos caminos, vamos legando al barco, creo que la primera vez que montamos me parecía más grande. La enorme panza de acero nos acoge y subimos a la planta segunda del garaje, allí vamos colocándonos cerca de las setas que nos “mantendrán firmes”, bueno, al menos eso parece.
Javier cierra el baúl, toma lo necesario para la corta travesía y desaparece con los demás riders por la puerta de metal que se cierra para mantener estanca la bodega o el barco… nunca se sabe a quien o a que hay que proteger.
La travesía, tranquila, va tocando a su fin El rumor de los motores se hace imperceptible, han bajado la potencia de las maquinas y ahora toca las maniobras de atraque. Mientras los riders han ido bajando y quitando las cuerdas o cintas de amarre. La rampa de bajada empieza a inclinarse, emitiendo un ruido ensordecedor en la maniobra. Estamos todos en tensión, algunos riders se colocan en la salida, como queriendo acelerar un proceso que a la postre tiene su tiempo, todos tenemos ganas de descender y salir vomitados de la barriga del monstruo de acero. Al fondo caen dos motos, reconozco a Álvaro y también a Fer, sin consecuencias… por suerte todo se aclara.
– Blanquita, los suelos de los barcos parecen de jabón, siempre tengo la sensación de que resbalan, además están las chinchetas de amarre, que puedes pillar una sin ver y “cataplas “, todo tu orgullo desparramado por el suelo… ja ja ja. Bueno mientras el dolor esté en el orgullo, no va mal la cosa.
Abandonamos el barco y otra vez los tramites de las aduanas, los pasaportes y…. curioso, nos dejan a todos los vehículos en un carril, los aduaneros nos van colocando en apretadas tandas de vehículos, de dos y cuatro ruedas, los conductores y riders abandonan los vehículos y un camión escáner analiza nuestras vergüenzas, los rayos buscan en nuestro interior y lentamente con el sonido de una sirena, el camión pasa a lo largo de toda la abarrotada fila. Termina el camión su cometido y pasamos al sellado, parece que los papeles se han avanzado en el barco y todo pinta bien…
Bueno, todo pintaba bien, hemos tardado bastante en pasar y esperamos pasada la aduana al grupo que formaremos con Nicasio y Rodrigo. Tanta espera nos genera tensión y Javier se me acerca y después de cambiar euros por dirham, me abandona a mi suerte en compañía del equipo de Staff que está esperando a los que aún siguen en la frontera.
Pasan riders y tiempo, cuando vuelve Javier. Mira el reloj del cuadro de instrumentos, son las 11:20, coloca el navegador y programa la ruta, hoy no hay roadbook, un track nos guiara hasta Midelt. Se acerca a unos pilotos que acaban de llegar de la aduana y charla un instante con ellos…
– Blanquita, es posible que Nicasio y Rodrigo ya hayan pasado, no me habrán visto mientras estaba en el aseo y echando un vistazo por ahí. Partimos y nos veremos en el camino, me han dicho estos amigos de ahora que ya queda muy poca gente nuestra en la aduana. Adelante pues…. Adentrémonos en las rutas que mi Padre anduvo, mastiquemos el mismo polvo que hace años el probó. Me siento triste Blanquita, ya no podre contarle que estuve en su tierra… que rodamos sobre sus pasos, que sentí el aroma que respiro en su juventud, que vi los cerros donde cazaba. Todo acabo para Él en marzo, cuanto lo hecho de menos….
Con lagrimas en los ojos, Javier se ciño el casco y los guantes, lentamente se subió a mi grupa y sin espolear, dulcemente, arranco. Acariciando el acelerador, puso huella sobre el track del camino, silencioso, emocionado.
Quise no hacer ruido para mantener este momento, los cilindros parecían sordos… Mudos latidos hacían avanzar nuestros cueros, tomamos rumbo sur, dejando la carretera de Tánger para enfilar dirección Tetuán.
Tomamos la RR-401 (En algunos planos también llamada P4701) , eran las 11:29 de una radiante mañana en Marruecos. La temperatura agradable y el cielo limpio de nubes, buen día de moto nos esperaba.
Nos rodeaban cerros de lánguidos pastos de otoño, salpicados de torrenteras y arroyos suaves, en los que proliferaban adelfas. Manchones de palmitos salpican el suelo amarillo y oro. Tenia la sensación de estar en Tarifa, laderas salpicadas de retamas y lentiscos, se visten para el otoño, los arboles aún mantienen las hojas, mientras surcamos aldeas, Ksar Al Majaz y Anjra, la carretera suave, con curvas livianas, roza pantanos, llama la atención las inscripciones en árabe de la pared de algunos de ellos. Hay inscripciones en una ladera de Puerto de Tanger MED, en alguna ladera de algún pantano también y en las playas.
A buen ritmo hemos llegado al enlace con la RN-2, carretera de Tánger a Tetuán. Allí nos encontramos con el rio Martíl, que atraviesa Tetuán para desembocar en la playa de Martíl. No entramos en la ciudad y en vez de seguir por el túnel de acceso a la misma, salimos a una gran rotonda para desviarnos hacia el sur de nuevo.
Paramos en la rotonda y Javier mira la ciudad, son unos momentos, unos silenciosos minutos que pasan entre ahogos y sollozos, resbala una lagrima y cae sobre mis plásticos, tibia, salada, lagrima olvidada, que termina dejando un cerco de sal sobre mí. Lentamente, sin palabras, ponemos rumbo al sur, llevando con nosotros un gran recuerdo.
Tomamos la RN-2 y cruzamos el rio Martíl. Se suceden aldeas que Javier repite en voz baja… Ben Karri, Zoco Larba de Beni Hasan… no parece que los nombres sean los que están escritos en los mapas… más los tiene en su cabeza… en sus recuerdos y allí perduraran.
Las sierras del Rif se destacan en el cercano horizonte y las suaves colinas dan paso a montes mas pronunciados. Estamos llegando a la Ciudad Azul, Chaouen (Chefchauen), pasamos los 600 metros de altura y entre montañas, aparece la ciudad rematada por la luz de un cálido sol de mediodía, resplandecen las casas azulonas sobre el fondo blanco del resto de casas, parecidas a los pueblos blancos de nuestra Andalucía.
Entramos en la ciudad, un fervor de gentes nos acompaña, huele a pinchitos, el humos sale de las anafes de las casas, preparadas para la comida del día. Se ven brasas con tajin, y se huele el humo y la comida, una mezcla agradable en una día de brisa suave. A la salida paramos paramos para mirar a la ciudad, cobijada en la falda de una enorme sierra, como un retoño en el regazo de su madre. Así, al amparo de los vientos del norte, prospera la ciudad azul y duermes sus cosmopolitas habitantes.
Dejamos atrás la ciudad y en la salida, en la rotonda, tomamos hacia la RN-13, pronto viajamos al lado de un arroyo el Oued Mlilah, el monte mediterráneo nos acompaña en la bajada a las fértiles mesetas de Meknes. Pocos kilómetros más adelante dejamos el afluente para pasar al rio Loukous, en un profundo valle y rodeados de un monte apretado, entre acebuches, encinas, quejigos y lentiscos, las verdes y abruptas laderas refrescan la suave cañada.
Seguimos el cauce del rio y sus laderas se separan para dar lugar a una fértil meseta, salpicada de granados, naranjos, limoneros, prunos de varias clases, entre huertos donde las ultimas zainas asoman sus floreros al sol de la recién nacida tarde.
En Ain Bida abandonamos el rio Loukous, que se marcha en un largo y serpenteante camino hacia Larache, donde dará lugar a una vegas enormes y ricas. Seguimos hacia el sur, entre terrenos de labor, rebaños de ovejas y laderas de monte bajo, brezos y retamas visten de verde opaco el horizonte. De cuando en cuando un huerto o las casas de alguna aldea rompen la faz del monte.
Llegamos a Ouazzane, entramos en la ciudad y después de pensarlo mejor, seguimos marcha. Javier no tiene problemas por comer hoy, ha desayunado muy fuerte y en solitario seguimos camino por la RN-13 hacia Meknes. Volvemos a tomar otro cauce, el rio Rdate, nos hace guiños en su camino, lo mantenemos a nuestra izquierda, mientras seguimos entre curvas y monte en las planicies del centro de Marruecos, antesala del majestuoso Atlas.
En Zelfat, tomamos desvío a la derecha, a través de una carretera estrecha, salimos a Zaggota donde retomamos la RN-13. Hemos dejado atrás un bosque frondoso de Alcornoques, con sus troncos desnudos de color canela, los que han pelado hace poco, mientras que los otros vuelven a su oscuro y rugoso tronco pasando de la canela al marrón y de éste al casi gris de los pelados mas antiguos.
Un cartel nos señala la Villa Romana de Volubilis, a poco más de 2 Km la ciudad de Moulay Idriss. Son las 16:29 minutos de una tarde postrera, cercana su ultimo bostezo, continuamos en camino, por delante aún algo más de 200 Kilómetros y todo el Atlas.
Las laderas se amansan, empiezan a aparecer grandes llanuras de arboleda caduca, de frutales y de cañas y chumberas que hacen las veces de linderos, los higos, rojos, apetecibles, se marcan sobre el verde de las pencas de las chumberas. Entre los punzantes bordes, los manzanos, granados y los huertos que mantienen las hojas verdes de las coles y coliflores, mientras el resto de plantas han tornado sus hojas en leves verdes tirando al marrón, sin sus apetecibles frutos, sin casi vida en sus tallos.
Entramos en las fértiles tierras del norte de Atlas, recogen la humedad del Atlántico, que encamina la forma caprichosa de las altas montañas que marcan el comienzo del desierto al sur, hacia allá nos encaminamos en rápida sucesión de pueblos y aldeas, agolpadas en la prosperidad de una tierra que los acoge y los alimenta.
Pasamos Meknes y después de 306 kilómetros en África, Javier decide que es la hora de repostar. Paramos en una estación de servicio y tomo una buena y refrescante poción mágica para mis cilindros. Javier torna a descansar al menos unos minutos, agua para sus resecos labios y una sonrisa en su rostro. Después de la corta parada, pero muy agradecida, se calza sus guantes, el casco y se vuelve a subir a mi grupa, mientras me susurra…
– Vamos Blanquita, ya quedan solo 170 Km, llévame en volandas del viento, llévame al desierto de Midelt, surcando las alturas del Atlas, surfeando entre las montañas.
Partimos, siempre al sur, hacia Azrou, la carretera empieza a ascender por laderas de monte mediterráneo, según avanzamos, las montañas empiezan a esconder al sol. La tarde bosteza entre abruptas laderas de monte bajo y montarral. Se suceden largas cuestas, donde los camiones se paralizan, entre lamentos y gemidos, se retuercen sus hierros, en los hercúleos esfuerzos, mientras nosotras, livianas, ligeras, los vamos dejando atrás, somos suspiros que pasan a su alrededor, como saetas llevadas por el viento.
Son las 18 horas cuando atravesamos El Hajeb. Hemos subido 380 metros desde Meknes, desde que repostamos, estamos a 980 metros de altura sobre el mar, que quedo allá en Tánger. La RN-13, estrecha, ceñida por el monte, se encamina hacia las sierras, pasamos el primer puerto a 1470 metros y descendemos hacia Azrou. Abandonamos momentáneamente la RN-13, para tomar una variante de la población, evitando así pasar por su centro. Pisamos la RN-8 brevemente para continuar por la RN-13 de nuevo.
Vuelven las cuestas y la penumbra en el horizonte nos anuncia que el sol se acuesta por hoy, aún nos acompaña su luz en fantasmales sombras que producen los enormes cedros que bordean la carretera. Buscamos entre sus retorcidos troncos para ver a los monos saboreando las ultimas golosinas del día. Esta carretera nos trae recuerdos de una tarde de nieves, colgando de los cedros, cayendo sobre la calzada, frio y sombras…
Seguimos ascendiendo entre cedros y curvas, 10 km de pendientes, algunas del 15%, nos elevan hasta los 1900 metros, aparecen enormes estepas de pastos de invierno, de tundras que pueblan las llanuras de este altiplano. Surcado de vez en vez por arroyos y gargajeras, por rebaños de cabras, por ovejas de espesa lana, por recios Bereberes de montaña. Atravesamos las llanuras entre las dos luces de la noche, aun no aparecen las estrellas en nuestro horizonte anaranjado, entre suaves curvas y laderas, enfilamos hacia el alto de la sierra de hoy, alcanzamos los 2210 metros a las 19:27 minutos de una joven noche del Atlas.
Empiezan a sonar ecos de motor en las cunetas del camino, como musicales gaitas mecidas por el viento, nuestras sonoras ondas de los laboriosos cilindros rebotan en las paredes de las montañas. Estamos empezando a bajar el puerto de los “Perros del Atlas”, Javier agudiza los sentidos y me dice entre dientes:
– Atentos Blanquita, llegan curvas, coches sin luces, camiones de poca visibilidad, burros y perros. Estemos pendientes de esta bajada que ya conocemos en peores circunstancias. Recuerdo las nevadas laderas del pasado año, el frio y el cansancio.
Hemos improvisado un pequeño grupo de motos y según vamos bajando, adelantamos a algunas que se unen al rebaño de maquinas que formamos. Javier sigue tirando a buena velocidad y los acompañantes se dan por satisfechos de seguirnos. La pronunciada bajada nos lleva a Zaida, donde se estabiliza la altura a los 1500 metros, y allá terminan las curvas cerradas del puerto. La noche inunda los cuatro puntos cardinales, con sus tenues luces las estrellas vuelan sobre nuestros cuerpos, se reflejan en los cascos de los riders y titilan de frio en su oscuro silencio.
Cubrimos los 24 Km que nos separan del hotel en Midelt, son las 20:11, llegamos al final de la etapa de este día, los pilotos se adentran en el hotel, nosotras quedamos a merced de las estrellas, en las puertas del desierto, con la oscura claridad de miles de soles latiendo sobre cielo apagado y silencioso.
– Hasta mañana, Blanquita que descanses.
Javier retira los dispositivos y toma la bolsa del baúl, acariciándome con la mirada, se aleja a descansar.
DOMINGO 13 DE OCTUBRE. De Midelt a Ouarzazate. Gargantas, desiertos, cumbres y pistas.
El sol esta ya despierto desde hace un buen rato, riders entran y salen del hotel, con bártulos en las manos y enormes sonrisas en sos rostros. El día se prepara limpio de nubes, cielos apenas rasgados de jirones de tenues esponjas de algodón.
Javier aparece a las 9:30, con la maleta y la bolsa de hule, deja esta en la furgoneta de apoyo y coloca la otra en el baúl, saca el navegador y lo pone en el soporte, siento como se sincroniza con los gps, empieza a darme datos de posición, hora, precisión y por mi parte comparto con el estado general de mi electrónica… siento el fresco de la mañana en mis plásticos y la ilusión de otro día en la carretera.
Después de las charlas entre riders, comenzamos pro fin a movernos, son las 10:12 de la mañana cuando nos incorporamos a la RN-13 en dirección a la cercana población de Midelt. En la ciudad, que se despereza aún en este día de domingo con bostezos de leña humeante, también las gentes comienzan sus tareas.
Llegamos a una gasolinera y Javier habla con Nicasio y Rodrigo, buscan una pequeña tienda de tarjetas de datos para los móviles, según me ha dicho Javier, en la noche le pregunto a José, Nomah, y le explico donde estaba. Comienzan debates de que hacer, ya que la tienda esta cerrada, pero Javier le pregunta a unos de los que surten de gasolina a los vehículos que por allí se acercan y éste le indica que podemos ir a buscar al dueño a su casa para que abra la tienda, sin más preámbulos se encarama a mi grupa, detrás de Javier y allá que nos vamos los tres a buscar al gestor de la tienda, la sorpresa se anuncia en la cara de Nicasio y Rodrigo cuando nos ven partir de tamaña guisa.
Con las indicaciones de nuestro improvisado “libro de ruta”, en lo alto de mi asiento, llegamos a las puertas de una casa, apenas a un kilómetro de la gasolinera, mientras Javier da la vuelta en el callejón donde estamos, el amigo esta departiendo con el de la tienda, que al final, de mala gana, parece, sale de casa en pos de la tienda. Nosotros volvemos a la gasolinera y al parar cerca de los amigos, que aun siguen estupefactos, Javier les grita, aún con el caso puesto….
– Ya viene a abrir la tienda.
Se pierden los tres en la tienda, en un pequeña habitación, tan pequeña es, que solo entran de dos en dos, mientras el tercero, pacientemente espera en la puerta. Javier y Nicasio, han terminado y estan ya cerca de nosotras, que esperamos aun en la estación de servicio, algunos ridres se paran y tanto Javier como Nicasio les indican que estamos allí por las tarjetas de móvil, y algunos también paran… Buena noticia para la pequeña tienda de móviles, a pesar de ser domingo y octubre, hoy ha hecho su Agosto.
Magnifica gente la de este país. Siempre dispuestos a ayudar… Quizás no tengan mucho que compartir, pero lo poco que tienen siempre lo ponen a disposición de los demás, quizás sean más ricos de lo que nuestra occidental cultura y prejuicios nos enseña.
Partimos, ahora si, hacia la eterna carretera que nos espera. Retomamos nuestra querida RN- 13 en dirección al este. Atravesamos Zebzate, con sus 1540 meros de altura. Un desierto de piedra nos acecha y lo lejos una garganta entre montañas, nos dirigimos derechos hacia ellas y ascendemos hasta los 1907 del puerto de COL TIZI N’TALGHAUMT, al que hemos llegado mecidos por unas divertidas curvas en cuesta. La monotonía de las grandes llanuras de este desierto, vuelven a aparecer tras coronar el puerto, grandes extensiones de roca, con ondulados llanos en cuyos bordes se aglutinan algunas acacias, desafiantes ante tanta escasez de verde.
La carretera, como huyendo de las enhiestas montañas de aplanadas cumbres, bordea los accidentes, parece querer no mojarse en los arroyos y no querer gastar energía en las cuestas de los montes que sorprenden a la vista entre tanta llanura. Pasamos del llano a las gargantas y de estas otra vez retornamos al llano, apenas algunas acacias y plantas crasas, rebaños de ovejas y cabras y casas de adobe que saltean los bordes de las riberas, agolpándose allá donde el huerto y las palmeras dan refugio a sus animales, a sus plantas y a sus estómagos.
Llegamos a Er-Rich, un control de paso en el camino y el desvío para tomar la RR-704, que nos encamina hacia el oeste, un repostaje para preparar los 260 Km sin combustible que nos esperan desde este punto, según me ha comentado Javier. Este camino nos resulta familiar, atravesamos la ciudad y tomamos una calle estrecha para desembocar en un puente sobre el rio Ziz, en medio de su cauce se ven un grupo de mujeres haciendo la colada, seguimos el fértil valle, las palmeras y los arboles frutales cercan nuestro flanco derecho, mientras en el izquierdo, el árido y seco desierto, con sus dispersas acacias, parece empujarnos hacia el valle, como queriendo preservar su inviolable silencio.
Durante cuarenta kilómetros seguimos el cauce del rio y de un afluente que baja de los macizos de montañas mas al noroeste. Las gargantas horadadas por el cauce, presentan colores rojizos, al borde se extienden hileras de casas de adobe, chiquillos jugando, que al pasar se levantan a saludar. Las paredes de formas caprichosas por la acción del tiempo, se van cercando a nuestro paso, y se yerguen las cañas, los olivos y los frutales destacando de los hueros regados por el rio. Las aldeas se desparraman entre los acantilados y el rio, dando sensación de una continua ciudad de barro seco y piedras, de gentes y de animales, burros con alforgas, perros, cabras y ovejas, habitantes habituales de estas fértiles gargantas.
Dejamos la influencia de los ríos en Mzizil Tillechte, para casi sin darnos cuenta abandonar la RR-704 y enfilar por la P-7103 hacia el oeste. Avanzamos a buen ritmo por carreteras de buen asfalto, estrechas y sin arcenes, bueno arcenes de grava y tierra, pero con algún “bordillo” en su
separación. La temperatura es agradable para ir mecidos por el viento y siento a Javier alegre, disfrutando de las acogedores parajes que nos rodean. Sobrecoge la soledad, las enromes distancias, las masas de roca por el tiempo devoradas… La magia llena nuestros cilindros y parece que al tiempo le cuesta avanzar, nuestros sonoros zapatos levitan sobre el rugoso asfalto y parece que el ruido se confunde con el silencio y que el rumor del viento chocando contra las piedras, se mezcla con el murmullo de nuestros cilindros en un baile de sonidos único…
– Blanquita, esto te hace pequeño, estos desolados paramos, llenos de proyectos de vida, de esperanza y de futuro en cada recoveco del terreno, parece que la vida espera su momento para aflorar allá donde a roca acumula humedad, allá se abre la vida.
Llegamos a Amellagou donde la carretera vira de sur al oeste, hacia las montañas,
bordeando el cauce del rio Gueris, el oasis vuelve a tomar el horizonte y las casas vuelven a desparramarse en las laderas cada vez más abruptas de otra enorme y hermosa garganta de rojizas tierras. Vamos entrelazando nuestros pasos con las caprichosas curvas del rio y entre paredes y casas, nos acompaña un vergel de verdes palmeras, manzanos y granados. Salpicados de huertos y chumberas y cañas.
– Es la segunda vez que pasamos por estas bellas gargantas y cada vez me parecen más hermosas. Es como una lucha entre el yermo páramo y el verde oasis, lucha de miles de años para cada una intentar doblegar a la otra, una lucha entre el agua y la roca. Blanquita me alegro de volver a pasar por estas mudas gargantas que tanto tiene que contar. Ahora viene un vadeo, dejare pasar a Rodrigo y Nicasio para gravar un vídeo.
Pasamos mojándonos las llantas por el cauce del Gueris, tornamos a seguir su camino durante diez kilómetros, para salir del oasis y volver a las tierras pétreas, sin vida, silenciosas del desierto. Nuestro camino se acerca a Assoul, donde volvemos a encontrar un valle fértil regado por el rio Azarhar n’Sidi Bou Yacoub. Seguimos el rastro de palmeras que riega a su paso hasta llegar a Aït Hani, donde abandonamos la P-7103 para incorporarnos a la RN-12.
LA RN-12 nos leva a las alturas del Atlas, empezamos a ascender por entre laderas de piedras salteadas de pequeñas plantas. Alcanzamos los 2475 metros, entre montañas de aspecto imponente y gargantas profundas de laderas muertas, solo surcadas por viajantes rebaños de cabras y ovejas. En lo profundo de los valles, casi inapreciables, pequeños hilos de plata y verde, serpentean bordeando las enormes masas de roca. Comenzamos un breve descenso y llegamos al albergue Afoud, ya hemos estado aquí otros años y hacemos parada para sellar.
Se acercan Susana y Javier y más tarde Rodrigo y nos hacemos una foto, un improvisado espontaneo se nos une, un niño que merodea por los alrededores. Me hace ilusión que Susana haya preguntado a Javier por mi. Todos me conocen por mi nombre, es reconfortante. Gracias Susana.
Un poco más adelante, en la entrada del pueblo, abandonamos la RN-12 para entrar en una pista de blanco firme, algo polvorienta al principio, es la carretera RR-704, sin asfalto. Empezamos lentamente a pasar algunos badenes y la pista mejora para tornar a ser de una amalgama de piedra y tierra. Unas gotas de agua nos sorprenden, pero solo levemente y desaparecen tan pronto como llegaron. El cielo, cubierto de móviles nubes, que se acercan y se van, como olas del mar, torna con nuestro avance a clarear, hasta volverse azul. El camino se estrecha al pasar por los cerros más altos y nos lleva a su máximo nivel, 2915 metros. Empieza una bajada que parece no tener fin. Se que Javier no va muy cómodo, no le gustan los precipicios y hoy estamos rodeados de enromes taludes sin fin. Hemos parado para que beber agua unas dos veces, los riders claro, especialmente Javier, que descansa de tanto precipicio mientras humedece lentamente sus resecos labios. A buen ritmo para las condiciones de la pista, seguimos avanzando siempre al suroeste, después de unos 50 kilómetros, el asfalto hace su aparición y casi sin darnos cuenta aparecen las revueltas del Dades, la idílica foto de curvas descolgándose por la garganta que el rio ha formado, un espectáculo asombroso, una imagen inolvidable. Después de la pista de piedra, roca y tierra que silenciosamente roza el cielo , la carretera parece bajar al mundo ruidoso de los hombres. En las curvas paran los moteros a hacer fotos, saludamos a David que colgado de su montura, admira el paisaje a través de la pantalla de su cámara fotográfica.
Tocamos fondo en la garganta del Dades, palmeras y albergues se entremezclan en las curvas de los caminos, a nuestra izquierda aparecen unas formaciones rocosas de caprichosas formas, parecen dedos de pies entrelazados, como si muchas personas estuvieran tomando este sol de media tarde. Es una vista relajante, el sol ya decadente alumbra las formaciones rocosas, nos hemos detenido y Javier hace unas fotos, Nicasio y Rodrigo también hacen lo propio, es una suave tarde de otoño, agradable, con un sol que torna a ser anaranjado y que viste los ocres de las rocas con sombras y luces de un cálido color bronce. La mágica formación nos deslumbra con un ultimo guiño cuando emprendemos otra vez nuestro camino rio abajo.
Entre sinuosas curvas, avanzamos pisando los sedimentos, ahora asfaltados, de la enorme garganta que nos flanquea. Seguimos descendemos hasta los 1500 metros, donde cruzamos Boumalne Dades y vuelven las grades llanuras semidesérticas, solo moteadas por las palmeras del oasis del rio Dades, que ahora fluye tranquilo con meandros llenos de vida, rodeados del desierto. La noche empieza a saludarnos y mientras descendemos más todavía, vamos vislumbrando las tenues luces de las poblaciones que atravesamos, noto a Javier liviano, como si su cuerpo y su mente estén aún en las montañas que acabamos de dejar a nuestra espalda.
Son las 20:18 horas de este postrero día de montañas y gargantas, entramos en el recinto del hotel, a 1140 metros sobre el mar, hemos bajado 1800 metros desde el Atlas hasta el desierto de Ouarzazate.
Javier recoge los dispositivos de mi cuerpo, mientras acaricia los plásticos de mi deposito:
– Vamos a quitar los cachivaches Blanquita, el portaroadbook, el navegador, la bolsa del baúl y a descansar, que merecido lo tenemos.
LUNES 14 DE OCTUBRE. A vueltas por Ouarzazate. Pistas, oasis y desiertos.
La mañana se había despertado limpia, con cielos azules y temperaturas suaves. Estábamos todas esperando a que los riders fueran apareciendo por la puerta del hotel. El sol se alzaba en el horizonte y terminaba por abandonarlo, ascendiendo entre el azul del cielo. Mientras, las sobras que proyectabamos se acortaban sobre el suelo de asfalto del parquing según ascendia el sol en su celeste camino. Era ya tarde para lo que estamos acostumbradas cuando iban apareciendo los pilotos, Javier llego pasadas las 10, parecía que se le habían pegado las sabanas, pero de buen humor, coloco el navegador, la bolsa dentro del baúl y se fue a sellar el pasaporte y a recoger la botella de agua para el día.
– Ya tenemos todo, Blanquita, ahora solo resta partir. Hoy toca ruta circular, así que volvemos al mismo punto de partida.
Serian las 10:37 minutos cuando pasamos debajo del arco de hule hinchable que marcaba la salida. Entramos en la RN-10, para abandonarla y desviarnos por una calle ancha que terminaba enlazando con la RN-9 en una rotonda. Nada más tomar la carretera cruzamos el rio Asif Iriri, en la otra orilla un grupo de casas nos salieron al paso, en medio de ellas en una rotonda tomamos la P- 1516 que abandonábamos en un desvío de izquierdas para tomar la P-1507, que se adentraba en una urbanización de calles desnudas de casas, las calles desoladas marcaban nuestro camino, después de unos 2,5 Km llegamos a otra rotonda donde acababa el asfalto y comienza la pista que da continuidad a la P-1507.
La pista ancha, muy uniforme de tierra compacta y piedras pequeñas se hace fácil de transitar y los primeros kilómetros vamos a buen ritmo, hemos recorrido apenas 5 kilómetros y tenemos un desvío que Nicasio de salta. Rodrigo y Javier esperan durante algún tiempo a Nicasio, pero no regresa, así que toman la decisión de seguir el desvío del roadbook. Tras una pendiente y unas curvas entre cemento y tierra, llegamos al cauce del rio Ait Douchen, al otro lado el Oasis de Fint, al que deberíamos de llegar, pero el cauce del rio está impracticable y no podemos vadearlo. El CP del día se ha adelantado y después del sellado, volvemos sobre nuestros pasos para retornar el camino de la P-1507.
Seguimos guiados por los postes de alta tensión, que recorren la árida meseta, a nuestra izquierda. Vamos subiendo lentamente en altura, pasamos ya los 1200 metros y el horizonte se eleva en montañas de rojas figuras y laderas desnudas. Vamos en 5 o 6 velocidad y como dice Javier “a puntita de gas para gastar poco”. La pista enfila hacia las montañas y comienzan a aparecer curvas con algo de piedra suelta y cuestas que se desgarran por las pequeñas gargajeras que forman las aguas de lluvia a su paso por la carretera. Avanzamos a buen ritmo y Rodrigo nos espera de cuando en cuando, el paso de Javier ha mejorado y su confianza también, pero… despacio, que así da tiempo a ver y recrearse en el paisaje.
Llegamos a los 1586 metros en esta especie de sierra de tierra y piedras, poco después cruzamos el puente de cemento sobre el rio Ighls, a 1330 metros, a ambas partes se acumulan piedras arrastradas por la riadas que conforman el cauce del rio ahora apenas húmedo. Pasado el cauce volvemos a ascender y coronamos la otra vertiente del cauce con los 1517 metros. Cruzamos el alto, para adentrarnos en las laderas suaves del cauce del rio Ait Douchen. La bajada es hermosa, con las montañas rodeándonos y el cauce del rio lleno de vida serpenteando entre cerros, con luces de plata y ocre recortadas sobre el horizonte abrupto de montañas.
En la parte baja de la cuesta, paramos a hacer unas fotos. Nos alcanza el coche de Antonio y Susana, mientras bebemos y charlamos unos riders saludan a su paso. Terminamos la chachara y seguimos camino. Son las 12 del medio día cuando nos encontramos con nuestro primer vadeo, el ir Ait Douchen a abandonado su lastimoso cauce del estío, para saltar marrón sobre el gris del cemento del puente. Con decisión pasamos el cauce, salpicando gotas de chocolate por todas partes, mientras al fondo, Susana y Antonio tomas fotos de nuestro paso por el vadeo.
Apenas cinco minutos después, volvemos a toparnos con el cauce del rio, esta vez desbordado y profundo. Las ruedas se sumergen casi hasta el eje y a borbotones salta el agua coloreada a nuestro paso, llenándolo todo de un ocre rojizo y espeso. Creo que aún hoy, después de varios días y de algún que otro lavado, sigo teniendo entre mis plásticos recuerdos del tinte del rio Ait Douchen.
Volvimos a cruzar el rio en nuestro camino paralelo a su cauce al menos otras dos veces, pero no tan profundo. Una sucesión de curvas, que repetían los meandros del cauce del rio, nos van acercando hasta Taznakht, donde encontramos el asfalto de la RR-108 y abandonamos la ribera del rio para empezar a ascender hacia las montañas que apenas unos kilómetros antes divisamos en el horizonte.
Las montañas desplegadas ante nosotros nos confinan el paso hacia el alto de Tizi N’bachkoun, con sus 1700 metros. La RN-10, por la que transitamos, nos hace avanzar ligeros, pocos vehículos y algún que otro burro que debemos observar para evitar cruzarnos en su obstinado camino. La suave mañana esta próxima a su fin para dar paso a un dulce medio día, mientras serpenteamos entre montañas y nos abandonamos a la contemplación de las laderas llenas de rocas, como apiñadas por el efecto del tiempo.
Cruzamos el rio Asif Iriri de nuevo, nada más cruzarlo tomamos desvío hacia la izquierda por la P-1505 que desemboca en unos huertos, salteados de palmeras. Llegamos a Amerzgane, donde al girar a la derecha para incorporarnos a la RN-9 y donde nos tropezamos con el amigo perdido, Nicasio esta presto a emprender la marcha y paramos a su lado, los riders comentan anécdotas brevemente y partimos todos juntos siguiendo la RN-9.
Teníamos que haber tomado el desvío a 5 Km de la salida del pueblo, pero un despiste al leer el roadbook, hace que avancemos y tengamos que desandar el camino, sumando 10 Km a este tramo. Salimos del asfalto para comenzar un camino, desolado, poblado de postes de luz y piedras, de una tierra blanquecina y de ocres pálidos, como descoloridos por el sol. A buen ritmo vamos pasando las pruebas que el camino nos somete, algún que otro despiste al seguir las huellas leves del camino, que a veces desaparece entre rodadas o gargajeras resecas, la lluvia parece que abandono estas llanuras hace tiempo, dejándolas yermas de plantas, un encanto desconsolado inunda mi electrónica, ahora expectante ante los retos del camino, pero siempre atenta al desierto de blancas formas que nos rodea. A los pocos kilómetros alcanzamos el asfalto en la P-1506, a la altura de Aït Ben Haddou. En la población entramos en un parquing cercano al rio El Maleh, en el que paramos a descansar, bueno los riders mejor dicho. Rodrigo, Nicasio y Javier desaparecen por un lateral de la plaza y nosotras quedamos allí, juntas, al sol de medio día y con los sueños de desiertos vírgenes y montañas encantadas en nuestros dormidos corazones de silicio.
Tiempo después, vuelven los riders, que entre bromas cumplen con el ritual de costumbre, guantes, cascos, navegadores y encaramarse a nuestras grupas. Un corto trayecto por el camino conocido nos lleva a un solitario restaurante al pie de la carretera. Allá volvemos a quedar, con una brisa de fondo y la ilusión de mas aventuras.
Después de una hora, van saliendo los riders, van tomando sus monturas y se precipita hacia la carretera a pocos metros. Nosotros también partimos y Javier parece algo preocupado, se ha erguido varias veces y se siente molesto, con voz un poco trémula me comenta:
– Blanquita no me encuentro bien del estomago y la comida a ido a empeorar las cosas, esta mañana ya me encontraba un poco mal, pero en fin, tendrás que seguir cuidando de mi, como de costumbre.
Avanzábamos por la carretera y el comentario de Javier me hizo muy feliz. Siento que confía en mi, a veces creo que sabe lo que estoy pensando, como si tuviera una conexión electrónica o inalámbrica con mi sintético cerebro.
Pocos eran los kilómetros que nos depararía el día de hoy, apenas 30, y estábamos en el aparcamiento del hotel. Javier como de costumbre recogió los dispositivos y la bolsa y se perdió entre las puertas acristaladas del hotel. No volvería a verlo hasta el día siguiente, quizás necesitaba descansar.
MARTES 15 DE OCTUBRE. De cine por Ouarzazate y descanso en BMW Camp. Entre cascadas y palmeras, recorremos el oasis infinito del Draa.
Son las 9:25 cuando Javier se acerca, sigiloso, sonriente e ilusionado. La ilusión de refleja en el sol radiante que brilla en sus ojos. Me estremezco al pensar en otro día de aventuras, mientras Javier coloca los dispositivo y la bolsa dentro del baúl, mi imaginación electrónica viaja por estepas desiertas de laderas rocosas, gargantas de cobre y plata en su fondo y llanuras de salteadas acacias.
Después del sellado y con el agua a cuestas vuelve Javier, son las 09:38 cuando ponemos rumbo a lo desconocido, solo el libro de ruta, un puñado de amigos y todo un día por delante. Salimos de Ouarzazate, cruzamos el rio Iriri y tomamos rumbo 135a, abandonamos el oasis que forma el rio, seguimos en un ascenso constante por llanos de piedra y tierra desolada, mientras mis cilindros sienten el aire seco del árido desierto las explosiones se suceden con acompasado ritmo, me siento flotando en el aire fresco de esta luminosa mañana de otoño marroquí.
Atravesamos la cota más alta del día con 1700 metros, en un puerto de montañas de estratos de piedra rojiza y ocre, las laderas en forma de escalón muestras los estratos de las piedras amontonadas. Unas sinuosas curvas nos esperan en nuestro montañoso camino y apenas tres cuarto de hora y llegamos a nuestro primer desvío. Abandonamos la RN-9 tomando una carretera asfaltada a la izquierda, la carretera pierde a veces su asfalto y entre síes y noes vamos descendiendo por su trazado escupido entre laderas y piedras. Al fondo en el valle, tomamos un carril de tierra, que nos marca el libro de ruta y después de un breve paseo por el camino llegamos al primer CP del día. Estamos en la Cascada de Tizgui, Javier, cámara en mano, se dirige a la estrecha garganta y con paso lento se pierde entre las paredes de la montaña que nos acecha.
Breve tiempo después, con la sonrisa en su rostro, esta ya devuelta y comentamos la siguiente etapa.
– Blanquita debido a las torrenteras de las lluvias de estos días atrás, el camino que teníamos que seguir esta cortado, hay pues que darse la vuelta y continuar hasta otra viñeta del roadbook.
Después de unas idas y vueltas y de algún despiste nos recentramos en al mapa gracias a
Tony y Jhonny que están a la salida de la carretera, en el cruce con la RN-9, Javier memoriza la posición y allá nos vamos. A los amigos habituales se nos han unido Edu y Paco, que pasaran el día con nosotros, formando un grupo ameno de amigos.
Legamos a Agdz y encontramos el camino que nos marca el roadbook, entramos en un perpetuo oasis de palmeras, huertos y arboles frutales. Entramos en el valle del rio Draa, fértil, esplendoroso, donde el follaje agrada la vista del nómada del desierto. La linea entre oasis y desierto es tan fina, que la carretera pasa de uno al otro sin casi darnos cuenta. Vamos en el limite de ambos mundos, rodados de casas de adobe. Las aldeas se desparraman a los bordes del fértil valle, como dejando en manos de las verdes y hermosas plantas la tierra húmeda y rica en nutrientes, mientras ellos se conforman con vivir en los bordes, para no perder este vergel, suficientemente cerca ara aprovecharlo y suficientemente lejos para no perturbarlo.
Vamos kilómetros abajo por la P-1519, bordeando el oasis del rio, paramos en las cercanías de Ait Mlekt donde los riders hacen unas fotos del espectáculo que nos brinda la naturaleza, el rio Draa, con sus lentos meandros y las orillas verdes de plantas, palmeras y dátiles con el fondo de las montañas desnudas, la dualidad de este maravilloso país. Me asombra la riqueza de estas pobres gentes que viven y laboran entre dos mundos, pastorean y recolectan los néctares de estas llanuras regadas por la esperanza de la vida y del agua, ese agua que baja arcillosa de la montaña, transportando los minerales que hace que la vida florezca con fuerza.
La próxima parada fue a las 15:25, en las puertas de un colegio, allí íbamos a dejar el material escolar que traíamos en el camión, como venia cerrando la expedición, nos detuvimos un instante, mientras los riders hacían algunas fotos y bromeaban entre ellos. A las puertas del colegio unas chiquillas observaban a aquellos viajeros venidos del espacio, pues así nos debían de ver con nuestras bolsas, maletas y baúles en nuestros acerados cuerpos y los riders de colores variopintos con las protecciones, cascos con viseras solares, guantes y demás atavíos que nos parecen tan comunes en nuestro devenir diario.
Breve parada para seguir camino, ya que el vehículo de asistencia tardaría en llegar, pero una sonrisa de las chiquillas puso en marcha nuestros motores, y con estruendo contenido arrancamos para quedar en la memoria de las gentes de aquel poblado. Más adelante, ya en ruta, Javier se me acerco y con voz sorprendida me dijo.
-Blanquita, ¿has visto esas pequeñas hornacinas que hay de vez en cuando en los bordes del camino?, Son fuentes, protegidas de los rayos de este perpendicular sol, mantienen el agua fresca para los caminantes de estas milenarias sendas, transformadas en estrechas vías de asfalto, como se nota que el mayor bien que existe es el agua, estas gentes le profesan un verdadero culto. He visto dos muchachas bebiendo en una de ellas, me recuerda al esplendor de los Jardines de la Alhambra.
Con estas y otras observaciones, seguíamos camino en dirección Zagora que ahora se acercaba vertiginosamente hacia nuestro encuentro, mientras devorábamos kilómetros de desierto y de huertos, dibujando una linea imaginaria entre ambos.
Desde que tomamos el valle del Draa han pasado 100 Kilómetros de oasis y en Zagora, viramos en pos de nuestros pasos, cruzamos el rio para ascender ahora por la RN-9 que nos vuelve a llevar por el delgado hilo que separa el vergel y el yermo páramo del desierto.
Vamos a ritmo alegre en dirección a Agdz, los cerros de caprichosas formas van cambiando la dirección de las sombras según se sitúa el sol en el cielo, la tarde está ya desperezándose sin querer saludar a la mañana que se despide de nuestra compañía. A nuestra derecha, pues vamos por el otro lado del oasis, la franja verde de desparrama contenida entre las dos caras del valle que forma el asombroso rio. Su húmeda cercanía, hace que la temperatura sea agradable y fresca, nuestros cilindros de acero pulido, se llenan de un aire denso y limpio precipitando las explosiones que nos acercan al final del día.
En Agdz, en la rotonda del centro de la población, nos tomamos un respiro, los riders paran a orillas de una cafetería y quedamos nosotras en la calzada, mientras ellos se acomodan en torno a una desvencijada mesa y se oyen las contenidas risas y los comentarios acerca de las maravillas de este día. Se estrechan vínculos de amistad, mientras la tarde pasa a nuestro alrededor, paseando sus sombras por los pasajes estrechos de la pequeña urbe.
Una hora más tarde, los cinco ponemos rumbo al campamento, libro de ruta en ristre, Javier va girando pomos para pasar las viñetas, nos salimos de la población, para entrar en la R-108, que al cabo de 2 Kilómetros dejamos para entrar en un camino que da acceso a las haimas en donde riders y staff dormirán esta noche, nosotras quedamos al amparo de las estrellas, pero antes, el resplandor de un fuego en el campamento, ilumina de rojos colores las tiendas, mientras se oyen, como susurros, la voz de Tony en el Brifing y mas tarde, las palabras de los riders en la cena.
MIÉRCOLES 16 DE OCTUBRE. Del Campamento BMW a las playas de Agadir. Largas rectas de carretera y calabazas.
Son las 9:23 minutos de una limpia mañana en Agdz. Suenan los roncos cilindros de maquinas de hacer kilómetros y retumban en las llanuras y las piedras del campamento de BMW, las haimas se estremecen nos nuestros bramidos. Empezamos otra aventura y salimos del arco que marca el comienzo de la jornada, tomamos hacia la izquierda, para llegar a un CP sin sellos y volvemos sobre nuestros pasas con el contador a cero y siguiendo las indicaciones que Javier descifra en las viñetas del roadbook.
Ponemos rumbo 270o, en dirección al mar Atlántico. Cinco formamos el grupo, los mismos que terminamos en el día de ayer, Edu, Paco, Rodrigo, Nicasio y Javier, acompañados por la izquierda de una linea de alta tensión y por la derecha de un pequeño oasis de un arroyo que aparece y desaparece de nuestra vista, como siempre, cerca de la humedad de un pequeño cauce, la vida explota en verdes artificios que destacan sobre el ocre de las montañas.
La llanura alomada que surca esta bien asfaltada RR-108, presenta los tonos rojos y marrones de las tierras del sur del Atlas. Salpicada de acacias y de peñotes, la carretera negra, lisa y recta, con alguna curva obligada por desniveles o cauces y cerros de roca, se perfila sobre el fondo ocre del horizonte. Las montañas que nos rodean parecen triángulos o pirámides de tierra y piedra entrelazados, con cúspides puntiagudas y laderas pronunciadas. Los llaneros solitarios avanzamos a buen ritmo, las acacias solteronas nos miran con cierto aire de envidia y tiritan sus aceradas hojas a nuestro paso. Javier adelanta y se deja adelantar mientras indica al resto de los amigos del grupo que le pasen o le dejan pasar, con la cámara encendida, vamos tomando imágenes de lo que nos rodea y mientras la vista se pierde en el infinito mar de montañas, la carretera sigue jugando con el cauce que nos dirige ahora al suroeste, a veces se levanta polvo a nuestro paso, el viento y las ocasionales lluvias de días atrás han inundado de sedimentos la marcada carretera.
En una sucesión de eses, raras en los llanos que nos acogen, en el fondo de un cauce seco, se divisan un grupo de lo que fueron palmeras, Javier se me acerca al deposito y con voz extrañada me dice:
– Blanquita, parece que el picudo esta haciendo de las suyas por esta tierra, de la media docena de palmeras de este recodo del cauce, solo dos tenían alguna que otra hoja, tres troncos famélicos, como postes de luz y el resto en el suelo, moribundas las palmeras y resecas las juncias. El desierto parece aliarse con el picudo para hacerse fuerte en cuando puede.
Lentamente hemos ido ascendiendo de los 960 metros, ahora en una empinada ladera hacemos el primer tope del día con 1470 metros. La pintura del eje de la calzada ha desaparecido y los arcenes vuelven a tener esa indefinible linea entre la grava y el asfalto a la que estamos ya acostumbrados.
En la bajada pronunciada de esta RR-108, con desniveles de 9,5o, se divisa una explotación minera, llama la atención el fondo blanquecino del gris material. Montañas apiladas de tierra roja y ocre bordean las formas curiosas de la mina abierta. La carretera de precipita a un profundo valle entre laderas de roca, los laterales de la carretera se angostan por las montañas. Las laderas se perfilan y aparecen formaciones pétreas de verticales paredes ocres, predomina el marrón que inunda la carretera. Desaparece el asfalto y el cemento y el piso se convierte en una especie de pista de amalgama compacta de piedras y tierra. El cauce ahora seco, se mezcla con el fondo de los sedimentos de la pista y se pierde la referencia entre ellos por momentos.
Abandonamos el angosto paso y aparecen los falsos llanos que vuelven a picar hacia arriba, las laderas se separan lentamente. Dejamos a nuestra izquierda el cruce de la RR-111 y seguimos por nuestra carretera, ahora otra vez engalanada de pintura y oscura como la noche. Las acacias se han ido dispersando y ahora hay que hacer un esfuerzo para ver su silueta recortada sobre la tierra de las laderas, plantas crasas, bajas, como temerosas de alzarse al cálido sol del medio día, salpican los fondos de los taludes y de los resecos cauces de invisibles arroyos.
Como novedad adelantamos a unos vehículos en la solitaria carretera, largas y ascendentes rectas se marcan en nuestros faros, como si estuviéramos peinando el campo con una franja imaginaria que los separa en dos partes iguales de cantos tristes de piedras solitarias. Nuestros cilindros no desfallecen ante tamaña soledad, mas bien sentimos el aliento del viento fresco en nuestros aceros, la brisa acaricia nuestros plásticos y Javier se acomoda sobre mi, parece disfrutar de la soledad que nos da la compañía de los cinco amigos de viaje.
Volvemos a un estrecho paso entre montañas y otra vez, a la monótona llanura ascendente en la que se convierten los tránsitos entre gargantas y congostos. Dejamos a nuestra derecha el cruce con la RP-1507, hasta llegar a la RN-10 en Taznakht. Paramos en el pueblo y un sellado en el CP entre un tumulto de mercado, granadas, manzanas y olores a pan y especias mezclados con el humo de los anafes y barbacoas.
Salimos de la población rumbo 242o , entramos en unos llanos que ascienden suavemente, pasados 50 Km nos hemos elevado a la cota mas alta del día a 1855 metros. Empezamos un descenso, prolongado, que nos llevará hacia el mar. Nos siguen rodeando tierras yermas de plantas escasas, de tarde en tarde una agrupación de huertos y arboleda flanqueadas por casas de adobe con sus gentes laboriosas que viajan en motos desvencijadas, carromatos y sobre todo burros, las aldeas parecen detenidas en otro tiempo, como si al tiempo le costara atravesar estas montañas para traer otros estilos de vida, quizás ya estuvieron aquí y las gentes renunciaron al mismo.
De repente algo empieza a cambiar, algunas laderas se visten de arboles bajos, como achaparrados de un tono verde terroso, todavia en pequeñas afloramientos, pero isibles sobre el fondo ocre de las laderas. Parece que abandonaos el desierto y entramos en otro habitat diferente. Javier, que esta pendiente de todo lo que nos rodea, me exclama:
– ¡Mira Blanquita, son arboles de argán!. Bueno es decir, arbustos de argán, estas plantas generan el famoso aceite, tiene unas púas como las de las acacias.
De cuando en cuando aparecen vestidas de argán las laderas y el monótono desierto da paso a unas estepas requebradas con arboles salpicados. Entre ellos aparecen olivos y algunas encinas. Entramos en una pronunciada bajada con curvas y revueltas que vienen a variar las aburridas rectas que acabamos de dejar atrás y alcanzamos el rio Zagmouzen dándonos paso a la población de Taliouine, en esta hacemos una parada y los riders nos dejan para en la sobra del techo de un café, descansar y reír en compañía.
Han pasado 40 minutos y vuelven los riders, arrancamos y retomamos nuestro camino por la RN-10, vamos dejando el oasis que forma el rio a nuestra izquierda y bordeamos la franja entre la llanura del cauce del rio y las laderas de las montañas que lo contienen. La carretera en obras nos acoge con grava y tierra que atravesamos mientras el fino polvo se levanta apenas unos centímetros a nuestro paso, en sus postrimeras crecen algunos eucaliptos que salpican de sobras alargadas la calzada. Seguimos paralelos a los meandros del rio durante algún tiempo, para terminar en una recta enorme que se pierde en el horizonte, allá donde las montañas le intentan prohibir su paso.
Definitivamente hemos entrado en otro Marruecos, las laderas vestidas de arbustos de argán, que motean de sombras las tierras de fondo ocre y en los vallejos se apelotonan adelfas y cañas, mientras rebaños de ovejas y cabras pastorean entre los arbustos. De pronto Javier me comenta:
– Mira Blanquita, el arbusto de argán esta tomado de cabras triscando y comiendo.
Por el rabillo del alargado faro, pude observar como era cierto, las cabras encalomadas a lo mas alto del robusto tronco del árbol, mordisqueaban las hojas de argán, desafiando las enromes púas que el pobre árbol porta para que no se lo coman, de poco le han servido de momento. Estamos a casi 170 Km del enorme Atlántico, pero tenemos la sensación de que su influencia llega hasta aquí.
Siguen las laderas y los cerros, la carretera de buen asfalto y poco trafico, apunta siempre en dirección oeste, las montañas empiezan a separarse dando lugar a grandes llanuras salpicadas de vegetación. Abandonamos la RN-10 para seguir nuestro camino y hacerlo coincidir con la RP-1706, entre sus llanos parecen enromes extensiones de plantas de calabaza, entre ellas según me ha dicho Javier, las sidras o calabazas del cabello de ángel, con sus flores amarillas como trompetas. Entre las extensas llanuras de calabaza, olivos y manchas de álamos y adelfas. El verde destaca ahora y predomina sobre el ocre del suelo. En pocos Kilómetros acompañamos en su curso al rio Souss. Se advierten terrenos de labor, siembras entre cercados de ciprés, huertos de arboles frutales y plantaciones de olivos. Parece que entramos en una zona de producción agrícola, las fértiles llanuras regadas por la humedad del remoto mar y de las aguas del rio dan sus cosechas para el bien de las gentes que las habitan.
A la altura de Tazemmourt abandonamos la RP-1706 para después de una serie de desvíos y cruces, desembocar en la RP-1714, una autovía desdoblada que nos llevara a buen ritmo hasta la entrada de Agadir. Nos acercamos a la playa, nuestro destino esta cerca del mar, relaja el azul del mismo en los destellos que se pueden ver entre casas y vehículos. Entramos en la explanada del garaje del hotel y allí aparcamos. Una temperatura agradable y húmeda nos rodea. Javier desmonta los dispositivos y después de echarme una mirada que casi me sonroja, marcha en dirección de las puertas del mismo, para perderse en su interior.
Quedo semiconsciente, soñando con las cabras alpinistas, los oasis y las calabazas. Mañana será otro día, aunque no lo parezca, quiero disfrutar de este descanso, me permite recordar las curvas y los recodos del camino de hoy.
JUEVES 17 DE OCTUBRE. De las playas de Agadir a las de Essaouira. Estrechas carreteras entre monte bajo, polvo y mar azul.
Una mañana húmeda, con sabor salado en el ambiente, con el sol asomándose entre las montañas de Agadir. Una brisa confortable, que en la madrugada rociaba las plantas del parquing donde pacientemente esperábamos a los riders. Las gramas de los macizos de plantas, aun con el rocío temblando entre sus laceradas hojas, verdeaban en tonos claros dando una sensación de frescor y un agradable olor a mar inundaba las plantas de los jardines. Eran las 9 de la mañana cuando Javier y el resto de amigos del grupo, estaban prestos a dejar pasar el arco inflable de salida, dando comienzo a la nueva aventura. Partíamos los cinco amigos del día anterior, entre calles y semáforos alcanzamos una gasolinera, cerrada por obras, después de una puesta en común de los riders, salíamos persiguiendo el roadbook hacia otra gasolinera que esta vez si estaba en servicio.
Llenos nuestros estómagos de nuestro bien apreciado brebaje, sonrientes los riders y fresca la mañana, estábamos a punto de retomar el camino, y entre callejas fuimos sorteando las casas desparramadas de la urbe atlántica. En seguida tomamos una carretera vecinal, que ascendía en las laderas de las montañas que acechaban Agadir. Las desperdigadas casas daban paso a montes bajos de hergenes, lentiscos y arganes, bastante raquíticos la verdad. Entre ellos, como sujentándose a la poca tierra llana de la ladera, olivos y alcornoques. El monte bajo parecía mustio, como ocultando su esplendor al otoño venidero. Los espinos aún verdean entre el moribundo marrón del argán.
Acabamos de coronar un pequeño puerto, apenas 16 kilómetros y hemos ascendido 538 metros, desde nuestra salida al nivel del mar. La carretera, llenas de baches y estrecha, serpentea entre laderas de otoñales arbustos y de pequeñas aldeas de casas salteadas. En Alma tomamos la P- 1001, que juguetea entre valles de pequeños arroyos, ascendemos por cauce del Assersif, que abandonamos en la segunda cumbre del día, y que nos da paso al valle de Tamzergourte, desde aquí todo es subida mientras rozamos los cauces del Tamraght y del Ankrim, hasta llegar al Valle del Paraíso, que forma el mismo rio Ankrim. Paralelos a su cauce seguimos ascendiendo hasta su nacimiento y aún vamos mas allá, en busca de las cúspides del día a 1239 metros, poco después abandonamos la P-1001, para tomar la P-1000A, que nos llevara al parging de las cascadas de Immouzer. Parada obligada para ver las cascadas, que apenas llevan un hilo de agua y no son el espectáculo que debieran en tiempos de lluvias.
Después de una media hora, retomamos la ruta del hoy, abandonamos el aparcamiento de las las cascadas, son las 12:06 de la mañana, brilla el sol y la temperara es dulce, como los dátiles que cuelgan de los secaderos. Atravesamos el cauce del arroyo Ankrim y seguimos su descenso por una angosta cañada, alcanzamos el primer CP del día, donde sellamos y comentamos los paisajes con José. Proseguimos viaje con sinuosas curvas que rondamos al sol de las notas del susurro del viento en nuestros cuerpos, el aire parece acompasarse entre los radios de mis llantas, llegándome sonidos a guitarras y cueros. Desembocamos en el rio Tamri, igual que su pequeño afluente, nos unimos a el en un mar de serpenteantes meandros, que gustosos acompañamos por nuestro asfaltado camino.
La P-1000A nos sorprende con su trazado revirado y también con curiosas costumbres que destaca Javier, acercándose de forma sombrada a mi:
– Mira Blanquita, hay mesas y sillas en el cauce del rio, los visitantes de estos cafés meten sus pies en el rio, mientras degustan un te verde con hierbabuena o un café y sus pastas. Admirando las gargantas infinitas de estos montes y con un tiempo agradable, quizás sea una buena parada.
Compruebo, mirando por el rabillo del faro, que en efecto, en los remansos del rio, sillas y mesas, colocadas al efecto de formar grupos de cuatro, esperan en el rio a que un paseante disfrute de el fresco del agua del Tamri.
Pasamos gargantas, valles y puertos. Ascendemos y bajamos pegados a la tierra salpicada de arbustos, olivos y árboles de hoja caduca, carreteras estrechas, de asfaltos blanquecinos, rotos por la intemperie, arroyados por los torrentes de aguas y quebrados por su enloquecido paso. Brevemente coinciden la P-1002 y la P-1000A, para separarse y seguimos por la P-1000A buscando el cauce del rio Ougar. Descendemos por la ladera que forma el cauce y en su lecho, una presa forma el embalse de Moulay Abdellah. Cruzamos el pretil de la presa, con sus badenes, admirando el profundo costado de la pared que sujeta la enorme cantidad de agua, y allá, en el fondo el rio, orgulloso de su reten, brota entre rocas y meandros, perdiéndose en las gargantas del horizonte. Son las 13:10 y hemos descendido hasta los 214 metros en la presa del embalse.
Pasan los minutos y enlazamos con la RN-1, que abandonamos para acceder a una estrecha pista que nos llevara a la P-1000, muy cerca de su conexión con la RN-1. Descendemos hacia el mar, para llegar a Imsouane, donde paramos y hacemos un descanso, admirando el azul mar que ocupa el horizonte. Tocamos por primera vez en el día, la mínima cota, casi al nivel del mar. Media hora de descanso y los riders deciden que es hora de continuar, retomamos la carretera hasta que pasada la aldea de Tilit llegamos a la unión con la P-2201, en el cruce abandonamos la P-1000 y nos adentramos en otra estrecha carretera que bordea la costa atlántica. Llegamos a la P-2236 que dejamos a nuestra derecha y continuamos ahora por la pista en la que se convierte la P-2201, es ancha y salteada de pequeñas piedras y gargajeras, se avanza a buen ritmo y vamos con el mar a nuestra izquierda.
Solo perturbado por el asfalto de la P-2226, que confluye unos cientos de metros con nuestra pista, seguimos en faena. Se suceden los tramos ascendentes y revirados, con el mar como testigo de nuestro paso. Aparecen tramos de arenas finas y profundas, como talco, Javier apreta los puños y siento que se yergue sobre los estribos, mientras me dice:
– Tramos de arena blanda, Blanquita que sea lo que tenga que ser, seguimos camino, culo atrás y algo de gas…
Sorprendida por la decisión de Javier, entramos en el talco y mientras se hunden las ruedas hasta por encima de la llanta y el polvo se arremolina a nuestro alrededor, avanzamos dejando un profundo surco a nuestro paso. Javier ha vencido su miedo y seguimos siendo dos tortugas nos siguen pasando todos los que nos alcanzan, pero despacio, sin arriesgar, pero sin parar, vamos aprendiendo a superar los obstáculos del camino. De cuando en cuando alcanzamos a Niasio, Rodrigo y Edu, que hacen altos en el camino para esperarnos. Esto reconforta a Javier y le da nuevas fuerzas, continuamos juntos durante algunos agradables minutos, hasta que nos vuelven a dejar atrás, pero sabemos que en breve nos volveremos a encontrar:
– Blanquita reconforta tener amigos que te esperan en los recodos del camino, a pesar de mi inexperiencia, siguen esperándoos una y otra vez. Me siento muy acompañado con unos amigos como estos. Quizás las motos sean la mejor manera de respetar a todos, bajos, altos, jóvenes y no tan jóvenes, expertos y no tanto, estamos unidos por una pasión, que a menudo nos devora y que seguro nos afianza en nuestra amistad.
En algunos cruces o situaciones complicadas, allí están los amigos, esperando o hablando para decidir por donde sigue el camino. Llegamos a un recodo del camino, esta vez el cauce de un arroyo, seco, se interpone y tenemos que hacer un desvío para continuar el camino, esperando están Nicasio y Rodrigo, que hablan calurosamente, llegamos a su encuentro y nos sumamos a las dudas de por donde hemos de seguir. Javier de forma resuelta, busca en la roadbook las viñetas siguientes, hasta dar con un “waypoint” marcado en una de ellas, ni corto ni perezoso mete el punto en el GPS y se aclaran las dudas, el camino correcto es el que los tres amigos sospechaban, hay que seguir adelante. Mientras salen los dos amigos primero, llega a nuestra altura Edu, que tomó el camino equivocado y habla con Javier, que le informa del bueno, Edu por su parte comenta que el camino equivocado además es muy complicado y había mucha arena fina muy profunda, que han tenido que volver porque terminaba en una cantera. Sus expresiones son contundentes, mala opción la que eligió. Salimos juntos y después de una pequeña cuesta, el llano se hace visible, damos paso a Edu y continuamos detrás suya, mientras poco a poco se aleja de nosotros.
Pasamos un tractor cisterna, posiblemente sea de la cantera, y con el agua de su cisterna moje los caminos de acceso a la misma para evitar que el polvo haga imposible la circulación. Adelantamos el vehículo articulado, dejando un pequeño terraplén a nuestra izquierda y continuamos hasta un grupo de riders que conversan al amparo del asfalto que comienza.
El cruce representa la unión de las P-2201 y la P-2222, desde este momento la P-2201, por la que seguimos es ya asfalto. Llevamos 200 kilómetros en el día y aunque notamos el mar cerca, hemos entrado en el interior y no lo tenemos a la vista. Tornamos rumbo este, para en unos 4 kilómetros volver a ver el azul en el horizonte, entre nosotros y el mar, playas de tostada arena, casas de adobe, cañas y pequeños huertos, entre parcelas de cultivo de cereal, ahora convertidas en rastrojos. Tomamos paralelos a la playa para llegar al segundo CP, en donde paramos a sellar.
– Blanquita, aquí estaremos un rato, vamos a comer y descansar un poco, quedan unos 24 kilómetros de ruta para llegar al fin de la etapa.
Después de una hora, asoman los riders a la explanada del aparcamiento, con el mar a sus espaldas, han comido y están relajados, las motos nos amontonamos en la explanada esperando, otras ya marcharon. Ponemos rumbo 12o, casi al norte, para separarnos de la playa, según avanzamos hacia el fin de la etapa, nos adentramos en el interior para enlazar con la RN-01, que en este tramo toma el nombre de Ruta de Agadir. Tomamos entonces dirección al mar, entramos en las postrimeras de Essaouira, avanzamos unos metros paralelos a la playa y entramos en el reservado del hotel, donde quedamos en nuestro eterno duermevela. Los riders desaparecen para descansar y el silencio da paso al alboroto de los motores explotando en miles de bocanadas de gasolina y oxigeno. Se hace la noche y se confunde el mar con el oscuro cielo, todo está en calma y las estrellas se asoman temerosas del sol que las oculta. Mañana será otro día.
VIERNES 18 DE OCTUBRE. De las playas de Essaouira a Casablanca. Costeando el Atlántico, ostras, navajas y otros moluscos y bivalvos.
Los riders has sido algo perezosos esta mañana, son las 10:25 cuando pasamos debajo del arco de salida, para seguir paralelos a la playa y en breve tomar la RP-2201 o RN-08, tambien llamada Ruta de Marrakech. Apenas 8 kilómetros y tomamos el desvío de la derecha hacia la RR- 301, que en medio de unos bosques de monte bajo de carrascas, espinos y arbustos caducos, nos acercara a la costa por el norte de Essaouira.
Entre monte y mar, avanzamos hacia el norte, una cuesta y llegamos a la altura máxima del día, 188 metros que no nos impresionan después de las alturas del Atlas de estos días atrás. Seguimos por la Ruta Cotiere de Safi o RR-301, muy pegados al mar y con acantilados a nuestra izquierda. La carretera tiene buen asfalto y avanzamos ligeros, observando y disminuyendo la velocidad al cruzarnos con rebaños de ovejas y cabras, que se nos cruzan peligrosamente.
Playas, monte bajo y siembras se entremezclan, alguna que otra linde de cañas o chumberas, con los higos rojos, ya maduros. Las zonas de labor están ya recogidas, antaño el grano se mecía por las brisas del mar cercano, ahora solo la paja se ve de cuando en cuando formando hatillos en los bordes de la carretera. Tan pronto vamos pegados a la costa, como nos separamos de ella persiguiendo los caminos que asfaltados ahora, en su tiempo siguieron las recuas de mulas. Algunos burros, pequeños, tozudos, grises o marrones, se dedican a masticar los pastos secos, otros con menos suerte, cargan en sus costados leña, pajas y comida.
Se suceden aldeas y poblaciones, Kemis Ouled Elhaj, Souira Qdima y por fin el destino de la ruta por la que avanzamos, Safi. Circundamos la ciudad por la desdoblada Avenida de Hassan II, para pasado el puerto, volver a costear el mar en la RR-301. Han transcurrido 40 minutos, en los que hemos recorrido 52 kilómetros, cuando nos encontramos el primer CP del día. Después del sellado, continuamos admirando el mar, el aire limpio y los acantilados llenos de espuma blanca en sus rocosos fondos. Paramos después de haber recorrido 136 kilómetros, Javier y el resto de amigos, Paco, Rodrigo, Edu y Nicasio se “descabalgan” y cámaras en mano se disponen a fotografiar los acantilados que constriñen la carretera por su izquierda, entre fotos y charlas, paran también Ángel y Cata, que se disponen a deleitarse con un almuerzo de embutido traído desde Españay las tortas de pan ecien hechasque han comprado por el camino, entre risas, se pasan unos agradables minutos de camaradería.
La mañana esta fresca, agradable para perseguir la carretera hasta mas allá del siguiente rasante o de la próxima curva. Rozamos el faro de El Beddouza y con rumbo de 45o seguimos hasta la vecina población de Oualidia, donde dejamos la RR-301 para bajar hasta la playa, el espectáculo es maravilloso, un mar tranquilo, flanqueado por dos salientes y un islote en medio que forma una ria con bancos de arena en el medio y una bocana que protege la ria de las tempestades del Atlántico. En la playa, motos de oscuro pasado ofrecen a los visitantes joyas del mar, ostras, mejillones, navajas y almejas. Los riders entran en un bar mientras quedamos en un improvisado aparcamiento. Vamos los cinco amigos de los tres últimos días y después de un rato, aparecen más compañeros de viaje que van abandonando a sus monturas en torno a nosotras.
Casi dos horas han trascurrido hasta que seguimos viaje, son las 15:30 y solo nos quedan 170 kilómetros para nuestro destino. Ascendemos hasta encontrar la RR-301, mientras admiramos el paisaje que quedara en nuestra electrónica para siempre. Durante algunos kilómetros, la carretera queda paralela a marjales y cenagales, donde se ven mariscadoras recogiendo el alimento o el jornal del día. Esta estampa se repite de cuando en cuando en las postrimeras de la carretera que siempre buscando el norte, nos encamina hacia el destino.
Transcurren apenas 20 kilómetros y a nuestra izquierda vuelven a verse las “plumas” del CP, este es el último del día, después del sellado, dejamos a los amigos del Staff y continuamos nuestra tranquila marcha. Seguiremos pegados a la costa hasta un poco antes de llegar a El Jadida, en el complejo industrial, abandonamos la RR-301 para enlazar, después de un trecho corto por la RR- 316 con la Autovía, llamada también Autoruta de Rabat a Safi o A1. Los últimos 130 kilómetros los transitamos por autovía hasta llegar a Casablanca, incluido el despide del día que nos hace recorrer algunos kilómetros demás en esta jornada que va tocando a su fin, tanto de sol, como de ruta.
Bordeamos la ciudad por el sur, entrando al paseo marítimo, ante nosotras se abre una ciudad moderna, neones, carteles de anuncios, salones y restaurantes se agolpan a ambos lados de las calles que vamos atravesando. Entre construcciones, la playa y los jardines permiten el paseo de los moradores de la urbe más cosmopolita que he visto en Marruecos. Javier no hace más que mirar a ambos lados y por su expresión, creo que también esta impresionado. Los vehiculos de modernas formas, nos rodean y poco a poco llegamos a nuestro destino a pie de playa, el hotel espera nuestro descanso. La noche se anuncia, mientras el día bosteza en sus ultimas horas, nosotras quedamos en la calle, ruidosa, iluminada por los neones de las tiendas y hoteles que nos rodean, con el oleaje de un mar algo embravecido como sonido de fondo de una ciudad que no parece tener ganas de dormir.
SÁBADO 19 DE OCTUBRE. De las playa de Casablanca a Tanger-MED. Entre dos mares y dos países.
Una húmeda noche agoniza entre las luces de la ciudad. El silencio, roto por el bramar del mar en la playa, se quiebra, en las horas tempranas del un día, por las voces de los riders que aparecen, casi en tropel, por el parquing del hotel. Son las 7:30 de la mañana, noche aun casi cerrada los riders colocan los bártulos sobre nosotras:
– Blanquita, hoy pasamos el charco, el estrecho de Tarifa nos espera. Ya no lleva el camión de asistencia la bolsa de hule, ahora te toca a ti cargar con ella. Salimos temprano para coger el barco al medio día y desde allí a Algeciras. Casi 400 kilómetros de despedida.
Javier ató la bolsa de hule al asiento y metió la bolsa de tela en el baúl, GPS en su sitio y la liturgia diaria, guantes, casco y arrancamos. La solitaria noche nos permite avanzar en las calles desiertas de la ciudad, pasamos por zonas de obras, con laterales de medianas de hormigón y asfalto de dudosa calidad. Los semáforos regulan el viento que recorre las calles, iluminadas y silenciosas. Unas sombras amarillas parecen moverse a nuestro paso, mientras se iluminan con mis faros, efectos ópticos de contraluces. Cruzamos la N-1, también llamada Ruta Continental, dentro de la ciudad y enlazamos a través de la P-3006 con la Autoruta Urbana de Casablanca o A-3, que apunta hacia Tanger, rumbo 55o.
En la autopista A-3 avanzamos para dejar la ciudad de Casablanca atrás, mientras las casas de desparraman en nuestro trazado, dando continuidad entre ciudades, nos unimos a la A-1 y pasamos Mohammédia, parece que las casas se van quedando atrás y entramos en llanos paralelos al mar, el paisaje se vuelve castellano, extensiones de labor y zonas forestales se mezclan y casi sin darnos cuenta hemos avanzado 70 kilómetros, estamos casi en Rabat y el roadbook nos señala el desvío para bordear la gran Capital del Reino de Marruecos, entramos en la A-5, que nos dará una vuelta por el interior para evitar el trafico intenso, que en la mañana recién nacida, presenta la Capital.
Impresiona el puente de Mohammed VI, tendido sobre el rio Bu Regreg, que salta sobre su profundo cauce, con tirantes y una acompasada armonía en sus tendidos. A nuestra derecha el Embalse de Mohamed Ben Adbellah, que surge de la unión de los ríos represados, Grou, Mechra y el propio Bu Regreg. Hemos abandonado la A-5 para retornar a la A-1 y a la altura de Salé, dejamos el aeropuerto de Rabat a nuestra derecha para continuamos ahora en dirección norte. Atravesamos la gran masa forestal de Maâmora, que nos acompaña durante algunos kilómetros y a la altura de Kenitra, pasamos el peaje de la autopista por la que venimos desde Rabat.
Pasado el peaje, seguimos por la A-1, que después de bordear la ciudad, se pega a la costa atlántica para separarse del mar en el parque nacional de Merdja Zerka, una enorme ria que forma el agua salobre del rio Drader en su desembocadura. La marisma, de interés ecológico, se extiende como una enrome mancha de aguas y aves a nuestra derecha, Javier me llama la atención sobre algunos picabueyes, patos y somormujos de pardo pelaje.
Nos dirigimos hacia Larache, en un desvío de la autovía Javier me grita desde el casco:
– Blanquita, la carretera que lleva a Alcazarquivir, aquí estuvo trabajando mi tío, antes de marchar para España. Mi padre le visitaba desde Tetuán y cazaban juntos por las riberas del rio Loukous o Lucuus. En breve estaremos en Larache donde también anduvo en otros tiempo mi padre.
Javier se aferra al recuerdo de su Padre, mientras en silencio observa la fértil ribera del rio
Lucuus. Se observan naranjos, granados y arboles de otras frutas, probablemente melocotoneros y albaricoques, entre las plantaciones, huertos y siembras. En verdad que parece fértil esta despensa de Marruecos. Paramos en el área de servicio de la misma carretera de Larache, una bebida octanada para nosotras y un desayuno para los riders, entre charlas y paseos al aseo. Unos 40 minutos después, a las 11:20, abandonamos el área de descanso y continuamos hacia Tanger.
Abandonamos las cotas marinas para volver a alcanzar los 170 metros sobre el nivel del mar. La bajada nos muestra en el horizonte el grupo de casas que forma Asilah, volvemos a bajar hasta el nivel del mar y el paisaje parece el sur de España. Pocos kilómetros más adelante, viramos hacia el oeste, dejamos al norte la ciudad de Tanger y nos dirigimos hacia el puerto de embarque. Abandonamos la A-1 para circunvalar la ciudad por la A-4 o autovía de Tanger-Med a Rabat y comenzamos un ascenso en la zona montañosa del norte de Marruecos. Alcanzamos los 216 metros de altura y enfilamos cuesta abajo hacia Alcazarseguir para terminar costeando el Mediterraneo hasta el puerto de Tanger-MED, donde acabamos llegando a las 12:30 de una nubosa y fresca mañana en el estrecho de Tarifa.
Entre papeleos y controles, pasamos la aduana y a las 13:15 estamos esperando el embarque. Entramos en la bodega del ferry y quedamos abandonadas a nuestra suerte, mientras los riders desaparecen por las pesadas puertas de acero de la enrome barriga de hierro del monstruoso barco. Quedamos vigilantes de las bolsas y enseres, mientras mecidas por el incesante vaivén del barco, de cuando en cuando nuestra electrónica torna a un pequeño descanso, soñamos en desiertos y gargantas, piedras y llanos y casas de adobe, soñamos con volver pronto…
Desembarcamos en Algeciras y nos dirigimos al hotel, despedida de los amigos que marchan cada uno a sus faenas y tierras y de los amigos del Staff, que aún tendrían un sobresalto en el parquing del hotel, unos polizones que son detenidos y entregados a las autoridades, ante mis faros incrédulos de los acontecimientos totalmente inesperados.
DOMINGO 20 DE OCTUBRE. Del mar Mediterráneo en Algeciras al secano en Madrid.
No es muy agradable el día, Javier en silencio y mis cilindros casi apenas tiene ganas de bramar como otros días, tristemente partimos del hotel hacia nuestra casa. Las carreteras nos parecen aburridas, civilizadas y monótonas, menos mal que Javier decide hacer tramos por nacionales y comarcales, donde la cercanía al campo y las curvas y los adelantamientos nos mantienen en forma.
Las nubes cercan la carretera en la mediaciones de Jaén, paramos en un arcén de una rotonda y Javier se pone el “platano” de lluvia, signo inequívoco que amenaza lluvia pero que no nos caerá una gota, dice Javier que Murphy si que existe.
Vamos pasando Comunidades, Provincias y Pueblos, de forma anodina, en este día tornado gris, como nuestra alergría, que apenas aparece en nuestros corazones o cilindros, noto a Javier distante, callado, vencido de aburrimiento, añorando el codo a codo de los amigos, se echan de menos a Edu, Paco, Rodrigo y Nicasio, a los amigos del Staff, a Paco Torres a los dos JC, a Alejandro a Jose Manuel, a Alvaro y los vascos… a tantos amigos….
Estamos en Madrid, ahora queda la ilusión contenida en el garaje, la esperanza de volver a rodar pronto y soñar….
EPÍLOGO.
Esta vez, es Javier el que se encarga del momento de la despedida final. Aquí os lo dejo.
Blanquita, a tus lomos surqué su tierra, mastiqué el polvo de su juventud alegre, disfrute de ver su campo agreste
y lo busque del llano hasta la sierra.
Padre, vi tu juventud y busque consuelo, quería volver a verte y disfrutarte…
y sin sentido quede colgado cual baluarte, no estabas ni en el cielo ni en el suelo.
Baje del monte a las vaguadas surque llanos y cañadas…
grite tu nombre para hallarte
y grité tu nombre para llamarte.
Busque desesperado como un loco con profundas heridas en mi alma quede casi afónico por poco
y caí vencido al suelo, con calma, con esa calma con la que hablabas, con esa calma con la que me tratabas, con esa calma quedé
al buscar dentro de mi alma,
supe que allí estabas, en mis entrañas, para aplacar este sosiego que desgarra, para apagar este fuego que me abrasa, para dar la calma a mi alma,
ya no hace falta que te busque,
Padre, te encontré
dentro de mi alma,
allí, Padre, te encontré
y nunca más dejaré
que de allí salgas.
En memoria de mi Padre, Alejandro, que me acompaña todos los días desde que nací, especialmente desde su fallecimiento en la primavera del 2019, sobre todo cuando voy a Marruecos, su tierra que tanto amaba.